Abro los
ojos, la ventana. El mundo es milagroso y la vida es una suerte
redonda que todo lo ocupa. Y yo no sé qué hacer con la maldad.
Abro el
corazón, las puertas. El mundo es imbecilidad, miseria, engaño, la
vida es una condena que se nos agarra sin haberla pedido. Y yo no sé
qué hacer con la hermosura.
Estoy
aquí. Y puedo decirlo alto y claro. Puedo decirlo así porque lo
considere honesto y necesario. Estoy aquí. Y puedo decirlo duro,
porque lo viva indignado y me pueda, y me sienta naturalmente
transparente y la rabia se me esté saliendo desde dentro a zarpazos,
porque lo sienta urgente, y no espere a las formas, y dibuje
cualquier manera bruta, como la sangre caliente que cala desde bajo
sábanas blancas que intentaban taparlo todo. Estoy aquí. Y nada
puede taparme. Puedo y tengo que decirlo, y sé que mi nobleza y mi
ingenuidad no sirven. Sé que nada amortigua. Sé que el amor puro
por decirlo me va a costar muy caro. No importa lo que yo considere
necesario. Sobre todo si nadie lo entiende. Y más aún cuando nadie
lo ha pedido. Puedo acabar abandonado a la pulsión del momento, que
deje, por mi mano torpe, por mi corazón ofrecido, el futuro sembrado
de ruinas en latencia. Trampas para nuestros hijos. Sal para sus
sembrados. Fuego devastador para sus esperanzas. Y miedo. Por eso,
quizá escribirlo, que es meterse de lleno, como jugando.
Algunas
veces es darle color al gris, aunque también me veo poniéndome
exhaustivamente olímpico con un sucio color mío, indefiniblemente
hermanado con los olores de los amores que no me van a ser, pues sólo
me ponen espíritu callado, y esconden resuello, saliva, temperatura
y mano. Y pongo ese color desesperanzado, porque al menos es mío y
honesto, cuando todo a mi alrededor tiene el aliento contenido de lo
cobarde, y el apagado brillo de lo falso. El mundo sigue adelante sin
adentrarse en los detalles de las cosas. Las calles ya están
adornadas, azuzadas para la alegría. Hacen cola en las castañeras,
haciendo tiempo para el final del día, y a nadie se le ha ocurrido
preguntar si San José también era virgen. Yo no sé. A veces estoy
enfermizamente sensible para todo, a pesar de que nada importa. Y me
acuerdo de un deje y ya caigo enamorado. O unas maneras graciosas, o
una conversación simple de mi parte, o alguna liviana maldad
chiquita que en el horizonte se me está insinuando. No lo sé. El
país se llena de patrioteros ladrones, y los periódicos de mamadas
y de aplausos. Te plantan banderas en las fotos de boda, y apelan a
la sucia bondad del olvido, a convivir de buenas maneras con lo
injusto y con el pánico, y vengan vivas, y vengan bellezas de
pueblo, estudiantas herederas de estanco. Yo no quiero ir con esa
compañía por la senda de la muerte. No se me ha perdido nada en sus
balcones, no salgo bien en sus fotos antiguas, y no cambio su
tranquila pompa acomodada por mi predeciblemente histérico humor
canino. Que ellos mueran de viejo, que gasten ellos su tiempo en
escribir la Historia, que yo me iré pudriendo de fulgor sucio y de
precipitación después del arrebato. Yo no sé nada, y ni me va ni
me importa. Todo va de lo maravilloso a lo perverso, y yo casi nunca
me hallo.
La gente
vive alelada y absorbida en sus cosas normales, y normalmente no lo
ve, pero vivo en denodado esfuerzo por mantenerme educado, amable y
vivible, en mitad de mi espesa nube de tormenta de pasmo. Desde chico
me sigue a todas partes. O más bien, de eso formo parte, o de eso
vivo relleno y rodeado. Como casi nunca sé responder, casi nunca
encuentro las fuerzas para adecentar o disculparme por lo que tan
malamente voy contestando.
¿Escribir?
A veces vagas y a veces rotundas, y siempre cambiantes, vestido de
harapos pestosos y galas fragantes, con las esperanzas que construyo.
Y ya te digo, a veces es maravilloso, pero a un paso de lo patético.
De nada
sirven las buenas intenciones. La honestidad es frágil como dos
kilos de caquis maduros dentro de la mochila. A poco que te mueves,
toda tu bondad y dulzor, todo tu afán ofrecido, quedan
irreconocibles en una mermelada de despropósito. La bondad se puede
convertir en una mancha que no se quita. La honestidad es blancura, y
es una carga. No sirve para nada más allá de las puertas en las que
el espíritu se asoma a la calle.
Es
preciosa esa obstinación por mantener el ropero lleno de lindos
colores que no puedes vestir, porque en la calle no abrigan, ni
cubren, ni se ven. Y ya va con tanto sigue y acepta y encuentra tu
paz, ya va bien con todo eso que normalmente dice la gente que mete
la mano cuando nadie mira, la gente fina y educada que babea en la
intimidad, la que toquetea la verdura del mercado, la de agudeza
crítica cuando se trata de los demás. Ya va bien de consejos de la
gente que ensaya una dignidad circunspecta y distraída después de
haber metido la pata hasta la oreja.
No eres
digno si sólo lo eres mientras no salga tu tema. Es escribir. Es
duro, pero vete tú a saber de dónde viene evaporada la nube que
nieva en la montaña a la que vas en pos del agua más pura.
Así que
todo mosca, quizá escribir, pero hay que ir ligero, con los zapatos
de salir por pies, y el cinturón apretado.
...
Aunque
escribir está muy lejos de servir para arreglar las cosas. Porque en
realidad lo único que importa realmente nunca está en tu mano. Y
precisamente por eso, escribir, porque es lo único que está en tu
mano. Y entonces, escribir, para el que escribe, pasa a ser lo único
que importa realmente. Porque qué importa lo que no está en tu
mano, decía Epicteto, que en paz descanse.
Y
entonces lo siguiente es reconocer que escribir te aleja, muchísimo
más que a la gente, de la posibilidad de arreglar las cosas. Pues,
siendo honestos, si escribiendo vas abriéndote camino con lo que
dices, con lo que ni sabías que se puede decir, porque no había
intención, ni palabra, ni voz, debes reconocer entonces que escribir
es aprender a llevar el peso de lo que no sabía o no quería saber
la gente, y vaya pesadez; de lo que tú no sabías, o de lo que tú
no sabías que se puede saber después de haberlo escrito, vaya
suerte, o de lo que tú mismo no querías reconocer que se puede leer
y escuchar.
Vaya
arrogancia, eso de ser el vocero de lo que no saben los demás, por
mucho que te dediques a creer en los pensamientos que crean
realidades, a creer en que los mundos vienen, para la gente, detrás
de las palabras que otros les inventen para que ellos las pronuncien.
Vaya responsabilidad, plantearte el aprender hasta saber decir lo que
otros no saben. Y vaya fastidio, contar a quien no lo ha pedido, algo
que no sabe que existe. Y vaya vanidoso condescender el pretender que
lo aceptará, que le hará bien saberlo, y aún ante sí misma y ante
sí mismo, la lectora y el lector, lo reconocerán.
Así,
escribir, y quedarse con todo eso, y dar como un iluminado, y recibir
como un muñeco de feria, por entrometido y deslenguado, es igual de
humano que salir por pies, y darle la espalda a lo importante. Y no
hacer, simplemente, lo que sí está en tu mano, que sin haberlo
escrito y testado, nunca se podrá saber para qué.
Igual de
humano, quizá, es no escribir. Renunciar a comprometerte, y
encontrar, por poner un ejemplo, dando la cara solamente ante una
fila de grifos de cerveza, junto a mujeres fragantes, en plena
disposición y armonía, sin cuentas pendientes, con miradas
deseablemente anhelantes, la piel turgente, el seso de tu parte, el
abrazo ferviente, el sexo inminente y celebrando libremente la suerte
de tu compañía, igual de humano no escribir, decía, y encontrar en
ese desvelo deseado la vital alternativa al choque con el momento
fatal de ilusión de ojalá que dure este momento por siempre. Y ya
no sé lo que me digo, mas, quién soy yo si no más que el mendigo
que irresponsable el acierto de atinar se arroga, diciendo por
escrito que no escribo, y que podría, haciendo lo que no hago,
callando en lo que digo, hallar en todo ello, las caras de una misma
moneda que hallo, la de la dignidad y la de la condena, escribiendo o
sin escribir, jactándome de encontrar sin haber ni aún buscado,
para mí, para quienes leen, las palabras acertadas, los vocablos
pertinentes que digan con precisa corrección, ¿quién coño me
habrá mandado a mí meterme en la honestidad, camino voluntario, en
la introspección, refugio sombrío y hastiado, del desvelo y del
encierro, para acabar manejando, yo solo, esta mierda que a todos se
les escapa y a nadie importa, y que para mí, por ser lo único que
tengo en mi mano, es lo único importante?
Jag.
11_11_16
D.E.P. Leonard Cohen
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