20 de marzo de 2019

VIVIR



Para M.

Esas veces en que dejo que la vida me inunde,
quiero decir que descuido abierto algún grifo colosal, porque quiero que suba y suba
hasta que, sumergido del todo,
sienta que el resto del mundo,
con su cancioncilla torpemente esperanzada
se quede fuera de mí, que su forma infame,
su manera hiriente, se quede como
en un estado suficientemente distante,
esas veces en que espero
con mínima paciencia que
las reclamaciones
que me corresponden
por haber nacido
y persistido,
aunque sea
mínimamente, me lleguen sordas,
cansadas adelgazadas de distancia,
desfondadas por desatendidas,
esas veces, digo, en que dedico
la última fuerza de mis menesteres
a darle a todo la espalda,
a dejarme caer al fondo,
esas veces, cuando ya parece
que sale fuera la última
molécula de mi último aliento,
cuando creo que por fin
lo he conseguido,
siempre, como una pequeña
aguja de caramelo sutil de juguete
que atraviesa sin ruido
los cielos espesos del mundo sucio,
me llega tu voz.
No sé por qué me hablas,
y casi nunca entiendo
lo que me dices, pero
todo desemboca
en la sospecha de que
en algo siento que estoy
fatalmente equivocado.
Me viene de súbito
que tengo que volver a respirar
aunque este teatro se esté
derrumbando y yo siga
caminando solo.
Me llega tu voz,
sin querer me arrebato,
le hilo un olor,
me enloquece,
y me digo
que tengo que vivir.
Jag.
19_3_19

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