11 de febrero de 2016

No sé adónde meterme.

Este mundo es: descuido y al cuello. Parece a veces un concurso de tener la razón, de mantener ante tí misma/o el culo a salvo. Y no es así. La negociación no acaba, no somos libros ni películas. Yo no quiero hacer daño. No soy así. Trabajo cada día para no echarme a la calle con una antorcha en la mano. Tengo aliento y razones para eso, ya tenía ganas de soltar dentelladas asesinas desde los dientes de leche. Que no se me engañe nadie con mi modo naïf, que no se me confunda a mí mismo con mi apuesta por creer en el amor. Trabajo cada día, no en mis imágenes, no en mis letras, trabajo en hacerme mejor, que nadie se engañe, que nadie se quede con la estúpida cáscara de las cosas. No quiero que me reconozcan por la calle y que gente que no me conoce realmente cuelgue pósters míos en su casa. No soy una mala compañía, trabajo contra eso todo el día. Es ése mi intento, ya ves, tan débilmente humano. No quiero marcar con cicatrices mi paso por las personas que me tratan, no quiero dejar un rastro de fuego por donde paso. Sé que éste párrafo delirante tendrá otra vez como resultado un al cuello, un ahí está tu debilidad, y a ella me aúpo para mantener mi conciencia a salvo. Allá cada quién, allá cada cual. Yo mismo estoy cansado de que la gente que me trata se asome a lo que hago desde el balcón de una moral que no contemplo. No voy a hacer eso mismo. Pero yo no sé adónde meterme. Lo que hago me encierra en mí y me vuelve espinoso como un canario que canta para que te acerques y que muerde si tocas la jaula. Los textos no me sirven.
Todo está equivocado. Tengo que encender la luz. Y tiene que ser desde dentro.
Jag.
11_2_16.


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