12 de enero de 2017

EL MALO MUERE


Sí, yo me quiero alimentar de muchas, de tantas cosas que no tienen explicaciones. Ya sabes, las pavadas que pueden afectar positivamente a uno como yo, al que empiezas a conocer y confundir desde tan recientemente. Esas cosas, digo, las que me dejan absorto, curioso como mínimo, por la intrincada mecánica que gobierna el sucederse de los acontecimientos, tipo sostener misteriosamente el pie en vilo, y como hacerse desear el paso en mitad del pasillo, (el pie del suelo, durante unos interminables segundos, diciéndole al pie del aire, ¿pero tú qué esperas de la vida, vas a estarte así, tan en suspenso, aún viendo mundo, condenándome a mí a la quietud, a la dureza y fría tangibilidad del suelo, aún tan estable, acaso no te has enterado de que la vida siempre es un poquito de porfavor, que la vida entre nosotros es un fiftyfifty cuando estamos juntos, y que si nos separamos no somos dos mitades?) Y todo eso en la penumbra de la casa en invierno. Esas cosas que me ocupan, como la pregunta sin respuesta de por qué hay dos recogedores, uno encajado en el otro, y en reposo debajo de la escalera de cabrilla plegada, en el lavadero de la casa primera de mis padres. Ya tú ves, eso, en mitad de un estornudo del Gran Jefe, con tanto listillo arrogándose la razón última con el índice señalando al cielo que nos cubre. Cosas así, cocidas en su propio fundamento, que me enardecen y revolucionan recién levantado de más de media noche insomne eludiendo megustas con el rabillo del ojo entre sábanas de franela. Esas cosas que me ponen eléctrico tan de buena mañana, que me malversan hacia unas imaginaciones lamentablemente obsesivas, enfermizas, que hacen que mientras hago tiempo de esperar que mi hermano salga de la ducha, la cabeza, los oídos me atronen desde dentro. Y me ponen sayón el nervio, y desenrosco elementalmente la cafetera fría, y la psicomotricidad que podría esperarse fina, no me da para evitar que se me caiga el coso (o cazoleta), y ponga perdido de borra del café de ayer una parte importante del suelo de la cocina. Y no veas tú qué tristeza de repente. Vengo de roncar, de darme besos en el hombro, y manotear con frío, con prisa, la ropa que me quité anoche, mientras anoto alguna cosa que se me ocurre en el papel verjurado y sorprendente de la libreta verde del chino. Y me pongo de los nervios tan de buena mañana, tú qué quieres que te diga. Lo inexplicable tan en forma, lo ineludible tan pujante y madrugador, la muerte, tan vivilla en los rincones oscuros, sabiéndose ganadora, mientras me digo vamos a ver cómo echo adelante la mañana. Sí, esas cosas, ya sabes, las que a alguien como tú y como yo acaban alimentando. Me lavé presuroso la cara, y ya te había escrito tres cosas antes de comerme las uñas, carajo. Que parece que estos desórdenes les sientan estupendamente a la poesía. Esas. Esas cosas que te digo, me dispongo a hacer constantemente a lo largo del día. Pero será que casi nunca me acuerdo de los sueños, a no ser que sean de caballitos de plástico ardiendo, y parece que caducan las cosas que me protegen, que sin aviso de vez en cuando me ilumina por dentro algo tuyo. Y te me pones tan presente, tan delicada y formidable. Oye, es que te pones tan tiernita cuando me enseñas la puntita de los dientes, que a mis tormentas de repente se les olvida la previsión meteorológica, y me sale un beso que atraviesa a la contra los vientos y los fríos, y se me euforiza la percepción del porcentaje de ayes y sonrisas que yo sea capaz de ponerte en tu hermoso corazón, y te huelo y anticipo el sabor, y te pongo una canción con la esperanza de que me muevas el culo, mientras me sobreviene la certeza de que ya pueden esperar todas las cosas que a mí me alimentan, mientras me acuerdo contigo, que si puedo estar a un paso de recogerte el aliento, yo no quiero otra cosa que buscar PERO YA un recodo a cubierto, de tranquilidad suficiente, en el que distribuirte a conciencia, abrazados equitativamente, unos sesenta o setenta besos, pellizcos, quejidos y bocados, mientras damos buenamente la espalda a las cifras del récord de carreroblanco, mientras mandamos alegremente a tomáviento las tristes crueldades e ineptitudes con que manipulan las partituras de la vida los pérfidos secuaces del puto IBEX 35.
Jag.
11_1_17


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