15 de marzo de 2017

SUCEDE

Tú ya me conoces un tanto, por tanto sin entregarte personalmente, ya adivinarás que en mi ansiedad vomito garabato. Sabes que desisto, al sacar mi basura, de la idea del naufragio controlado. Y no hallo en ello excusa ni descargo. Por mi doler sin grifo, es probable que me mires mal, mas ya que morir debiera toda esta oscuridad, decido mal menor una mala cara tuya, si a cambio me limpio y te me quedo desnudo como me quisiera vivir este mundo de doblez, arrogancia y ornato.

En esa furia sin altivez te pinto mi incendio sin broma, que engañarte y sufrirme a jirones, a escondidas, las pobres costuras de mi alma, sería ningunearte y tomarte en mi vida por persona vana. Y no. Yo aquí te mando la andanada, para tí, para mí y para las curiosas, curiosos y deslenguados. Aquí mi precipitarme sin saber hacia dónde la sangre, la caída, el polvo, el diente, el lamento. Todo esto que al parecer también criamos. Tú y yo.

Tú y yo no estamos hablando de ese cierto miedo que nos habita. Jugamos a darle la espalda mientras se asienta a plomo, y se acomoda llenándonos los más remotos recovecos del pecho como un charco helado.

Mira que ya lo he hablado contigo. Y ráfagas ventoleras de tristeza, y tus palabras exorcizantes presurosas de aquí todo tranquilo, y mientras, arde Troya y tú tan mariposita bailaora. Me gano el crucifijo contigo ahora, en la frente, seguramente, pero lo dejo tan olímpico por escrito, guarreándome en papel, adecentando en digital, y total, poca esperanza de acabar redimido con tanto texto de tú y yo, si sólo despierta la inspiración de esta con aquel. Ya ves.

Ay, sí. Yo ya sé que bobo, vivo cada día con lo que hay, pero ay, algunas, algunas veces no tengo fuerzas para tener noticias tuyas. Algunas. Algunas veces todo feo y fantaseo con cómo estaríamos ahora si nunca nos hubiésemos encontrado. Ay, que mi dolor se pierda por el aire, ay, cosa insignificante, que se pierda mi vivir esta amargura yo solo, que mis pies del campo no te embarren la casa, que un rayo divino me enmudezca la lengua en mi boca equivocada, pero por dónde andaría por separado, tan ajenos el uno del otro, nuestra propia paz interior si no nos hubiésemos encontrado, qué tendríamos ahora en flor, y qué tan estropeado, ya sabes, la paz esa de los paseos sin asechanza. Sólo nubes algunas veces, en mi mundo, ay mi corazón. Cosas que no me ayudan. Cosas que me pudren y sonrojan y me dejan solo en esta escena smartlover mindfulner del kiki reiki poliamor. Por favor. Algunas veces malditas. Malditas cien veces las ganas de vivir.

Algunas. Algunas veces no me queda el margen elementalmente necesario para una práctica lectura adecuada. Algunas. Algunas veces me pregunto lo que yo podría llegar a ganar con la expresión educada. Mas, dónde quedará el aliento de mi corazón, y dónde la luz de la poesía. Formas. Recatos. Disfraces y máscaras, y selfies en el mogollón, y risitas corazoncitos de arrimarse a tu foto. No, por Dios, que es urgente que saque la basura y me distinga de tanto machoalfa simple alelado. Yo, y que conmigo el cielo se hunda, yo en este doler también contigo, sin disimulo ni decorado, y por eso te desnudo estas verdades como puños rosa, de algodón suavón realidad edulcorada. Ay, yo te voy a pensar siempre, y ahora espero que avance, al menos, bien el verso, y que algo después de la explosión nos quede, pues sin alma en el beso, si tú y yo no vamos a ser nuestros, yo no quiero nada.

No te voy a dar un rodeo de poesía. No quiero andar de palmero comprensivo, jaleándote bailes que me enferman en el festín de los babosos. No quiero que tu voz me ilusione y hasta luego. No quiero detenerme a contemplarte el estupendo velo de Maya. No quiero dejar de andar y quedarme absorto en tu risa. No me conformo con menos de lo que quepa entre tu aliento y el mío. Sigo en mis trece. Algunas veces.

Me dejas días enteros con toda la vida por delante para andar imaginando.

Eso me das, tan generosamente. Eso me das, y más, y algunas veces tanto de eso que no me dices. Y tú lo llamas tu paz, tú lo llamas vivir, y no veas cómo duele. Y yo ando fino fino en desnudar mi angustia. Lo llamas tu paz y yo sé que algo sucede. Me sobreviene siniestra la buena temperatura de los paseos nocturnos por tu ciudad. Algunas veces. Se me impone un frío de muerte cuando de pronto me dices más de lo normal que me sientes así, tan cerca, te lo aseguro, y desapareces, y enmudeces cuando parece que al fin me entiendes por dentro como yo quería. Al fin. Yo no espero que caigas en mis brazos, con tus dudas y mis nubes supongo que simplemente no podría. Yo aspiraba, tan llano, a que quisieras pasar en mi corazón un tiempo lo más prolongado, o al menos suficiente. Y que te quedaras, ya ves. Pero me paseas y te mareas, o eso dices. Y no es un miedo sencillo, para mí. Es el brotar de un lirio volcánico. Es acaso la sequedad quebradiza de una certeza. Fino fino. Tú me dices que no suspiras y no te creo. Me dices que no suspiras y yo te digo que no lo sabes. En mitad de mi campo pedregoso, soy un vegetal en carne viva destrozado por el roce de la brisa. Me muero sin prisa y estoy roto de los besos que no me has contado. De los que deseas de mí y de los otros. De los que te regalan y los que hayas robado. Algo.

Algo sucede. Y este estúpido esforzarme en imaginarlo malo o bueno, destructor de espino, bulbo latente, zarza asfixiante. Este estúpido decidir que ha sucedido malo o bueno, para ti, para mí, para terceras y terceros, para este tiempo y lugar. Para años que pasen alegremente y futuros lugares funestos, adecuados, venideros. Todo tiene tantas ventanas para verlo. Pero algunas veces no hay fuerzas para tentar y decidirlo. Para valorar y hacerlo. Son muchos momentos distintos, mi vida. Todos tan de vez en cuando para cambiar del nunca al para siempre, pasando por ya si eso yo te llamo. Para volver a respirar y que por mí te sientas amada, y lo lleves resplandeciendo en la frente delante de la gente. Son muchos. Son muchos los momentos de volver a decir y volver a explotar de alegría, lamentarse, sobrevivir, decepcionarse, cambiar de postura, malgastar el deseo, retrasar la premura, y como agua sucia que se arremolina musical en la boca del sumidero, dejarse y claudicar.

Claudicar, algunas veces. Aunque piense constantemente que ese lanzarme al precipicio, esperando que alargarás la mano por salvarme es lo más puro y bonito a lo que puedo aspirar ahora. Algunas veces, aceptar que algo tuyo me ilumine, y sin embargo, que te venga a trasmano la atención. Algunas veces, tan huérfano de tu respuesta.

Claudicar, algunas veces, ante la soledad y la mentira. Claudicar.

Y la sonrisa tan bien puesta, y esa voz tan dulce. Y no dejarme, aún así, un espacio para desear. Ay. Ay los tiempos de gotas y susurros que nos han pasado. Ay. Ay este dejarme caer en la desesperación blanda de fallar por un milímetro en el primer paso, de haberme colgado de fotos para otros, y llegar en el arder del tiempo a este tiempo remoto tan desarraigado, y aterrizar malamente en este lejano lugar del ardor equivocado. Ay, vida. Ay, esperanza. Ay, mi corazón exhausto, tan perdido en esta furia, muriendo de normalidad. Y sí.

Algunas veces permitirme soñar que me miras con el fuego que te tengo yo, esa liviandad tan dulce de tus pasados amores por otro. Y construirme el esperar, y todo ese siempre brillará una estrella, todo ese siempre encontraremos en nuestros labios momento y lugar para el beso. Y la ropa bonita de invierno, ya si eso. Algunas.

Algunas veces, y a pesar de todo ese especular con el suceder de tú y yo, y terceros con nosotros, en mitad de esta epifanía febril, nada es más sencillo de aceptar que, mientras el fuego de mi verdad me consume, yo te amo.

Y es aterrador. Y tú y yo de eso nunca hablamos. A pesar de que, tan juntos tan separados, fuera de ti y de mí, ese amarte es lo único que me importa.

Jag.
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