24 de agosto de 2017

FALTITO

Por mucho que yo me ponga, esto no roza ni de lejos el aire de los grandes.

Es penoso reconocerme entre los señalados por los escritores profesionales del Face, que en sus columnas de diario de provincias, en sus cursos de verano de escritura creativa para divorciados con pasta, ejemplifican con lo que no se debe ser: un impostado escribero pretendidamente adulto que confunde emoción con sentimentalismo. Inofensivo como los superventas del frío, recolectores de lástima y funambulistas de la pena. Por mucho que yo me ponga, ahí está mi límite. Nunca va a leer nadie, ni en Faulkner ni en Bernhard un sin ti no puedo vivir y el día que tú a mí me faltes se acaba el mundo pa mí. Escribo por arranques basados en la ocurrencia sin sentido, o por reacción, como cuando se me levanta la concha de lo poco que coinciden en el enamoramiento las personas, por ejemplo. Sí, temas universales y transversales, tocados por Stendhal, Kierkegaard, Leopardi y Paulo Coelho. Todos los grandes. Pero esos temas, escritos en mi barrio, quedan folletineros reggaetonaos. No como cuando los protagonistas son parejas acomodadas siempre a punto de separarse amistosamente, mientras cenan en grupo el menú degustación, maridando vinos y quesos franceses, en un cuco bistro del Village de NY. Eso es tragicomedia, y no me toques los Woodys. Es que a ver a quién se le ocurre escribir cuitas en segunda persona del singular del pretérito imperfecto. Vaya reto literario y vaya aspiración de pareja. Vaya capacidad negociadora. Vaya miras intelectuales. Y vaya planteamiento de vida, señor.

Me faltan cosas importantes, y no estoy hablando del dentista. Me faltan cosas importantes, de las que no se conseguirían babeándole las gracias al zopenco que escribe la historia de mi pueblo en blanco y negro. Cosas importantes con las que se nace, se ejercitan, se airean, y ya está uno más ubicadito.

Sospecho que mi amada no me mira porque nunca voy a tener en la foto de mi perfil el travelling paralelo de un zorro plateado corriendo sobre los capós de los coches aparcados. Y a eso no hay muchas vueltas que darle, y menos ahora que está entrando el tiempo frío, tú sigue mordisqueando ese trocito de hierba, que en ná y menos, todo tiende a refugiarse en el interior. La expansión degenera en implosión, y los huevos se convierten en nueces.

No tengo continuidad en lo que soy, ni en lo que hago, ni en lo que siento, ni en lo que digo. Ya me veo como los poetas cronistas de la red,

con fotito sexy,

de su instagram,

haciendo escritos trendy,

cada tres palabras,

coma y Enter,

y que haya

que darle forzosamente

a ver más.

Y a esta desesperante incapacidad poco se le puede oponer. Al final de todo, no te hacen del todo tus lecturas. Te hacen tus capacidades, tus elecciones y tus junteras. Y para que me citen, redondeo con un lugar común: el de la mata y la patata. Toma ya.

Amada de mis entrañas, échame en la arena un puñao de ojos, mátame de pena, ponme ligaduras, mientras la sombra negra se va apoderando del césped.

Negra de mi sombra, échame en el césped y mátame en la arena, ponme los ojos en las entrañas, mientras las ligaduras de la pena se van apoderando, a puñados, de mi amada.

Ay, pena de la sombra de mis entrañas negras. De mi amada mátame los ojos y ponme el césped, mientras la arena se va apoderando de las ligaduras de un puñado.

Puñado de entrañas de mi pena, ligaduras que se van apoderando de mi amada, mátame los ojos negros del césped (ésta es buena), mientras me echan sombra en la arena.

Unos cuantos pezones,

unas pocas palabrotas,

y vengan likes,

y también corazoncitos,

pues casi nadie

lee de verdad.

Nunca respirarán los cantes de mi casa, y yo fracaso lastimosamente, y por muchas vueltas que le doy el whisky se ha apagado.

Por herencia, señalado, rumoreado, envidiado, sepultado, capado y escindido segregado. De mi mano, a la vista, Ella no parece vivir interesada, y empleo la vida en queja y parche, pues le escribo sin futuro, derrotado por el simple desacuerdo, sinsazón en canto desasosiego, abandonado de su fugaz despreocupada compaña.

Todo lo puse por decirle que no podría de lo divino hablarte, si es que ya con lo humano patino, decirle que ya bastante molienda traían los pobres huesos de mi ánima, para acabar empeñado en poner lo que encontraba de tino en requerir su atención, que no se fuerza, ni el regalo, que tan pobre de mí jamás me arrogaría, pues ya celebraba como trofeo de valor incalculable el simple atisbo del reojo de su corazón ensimismado el día malo, despectivo el día peor.

Ay mi torpeza, amada de mis vísceras, le decía constantemente, ay que yo nunca podría decirte mentira, si es que la verdad de este mundo siempre me vino grande, y aquí me ves, le decía, mi querida, con esta tonta franqueza que desde nuestro primer minuto te grava y me adorna, vengo dando chancletazos desde la punta de la calle, haciéndome el cuerpo a la negra fatiga de que todo te lo tengo dicho, le dije, y nunca me has hecho tiempo ni fiesta, y no me tienes ni trabajos ni suspiros ni fin de semana inglés siquiera.

Y a todo esto, después de tanta lectura y escritura vana, yo ya casi no me acuerdo de cuando me dije esta niña va a ser lo que ahora por el momento no es. Yo ya casi no me acuerdo de cuando me dije por dentro pero esta niña quién es, para que de pronto yo me ponga por libre a amarla. Pero ya ves, qué voy a contarle ahora ni a ella ni a nadie del chiste que no le hizo gracia la primera vez. No me he hecho más guapo, ni me enorgullece la voz, ni sorprendo por mi estilo. Lo que de mí le sonó raro, probablemente es la pura verdad, y lo que aún no sabe de mí, yo casi prefiero que lo deje como está, que los compases finales del canto del cisne siempre acaban tendiendo al ahogo, la negrura, y sólo quedan posibles la condescendencia o la decepción. No tengo plan ni estrategia, que por culpa de las cuentas empecé a pasar los cursos raspando. Soy lo que ella ve, sin que me mire, y poco menos que eso, que una parte de curiosa bondad o educada empatía sí que tendrá. No tengo ocultos músculos de más de treinta centímetros, a pesar de que si me dejara recogerla iría andando. Por no importunarla, esta celebración de las faltas que no solucionará la salusita de la mare mía, está sonando como una desquiciada canción que se aparta tristemente del camino. Por no importunarla, esta pobre escribanía en tercera persona me aleja de ella sin tener que despedirme de ella. Y qué tristeza de todo esto, y a la mierda las exigencias de la gran literatura, que a todos nos ha salvado. Qué tristeza más seca, decirle este adiós tan cobardemente escéptico, y que sólo lo escuchen los árboles, las flores, los pájaros del cielo; que sólo lo sepan las calles, los coches, las piedras del campo, las macetas y los niños.

Ay de mi torpe pena en sombra. Ay de mis entrañas de arena. Ay de las ligaduras de mis ojos, echados en el negro césped. Ay de mi orden. Ay de mi equilibrio. Ya sé que nada de esto va a servir para nada que dé gusto o tenga provecho. Mala hora de los amores que cojean, que igual que la espesa oscuridad nos hace más bonitos los ojos. No se me pueden abrir más las puertas del corazón. Se me han acabado los reflejos y las esperanzas por hacer algo inteligente. No tengo frutos fuera de mis pobres manos sin fuerza. No tengo nada que dar, he perdido la gracia, me he caído de boca en una nube de tormenta. Y no sé escribir en tercera persona del singular que no quiero triunfar en otra cosa que no seas tú.

Jag. 
22_8_17


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