2 de noviembre de 2017

CERO COMA DULCEMENTE

No importa nada que una nube delgada esté tamizando la luz de la tarde. Igual que no hay más ciego que eso que tanto dicen los arreglamundos buscazascas imbéciles politicoides del Facebook, no hay más muerto que el que no quiere vivir.

Por mi mala cabeza, ahora sólo tengo caramelos en los bolsillos del pijama.

Yo sé que ella no es de lámparas encendidas en la noche. Y que la música que escucha y los poemas que comparte, yo no los buscaría saliendo de mi. Pero la pienso y la miro, le hablo, la escucho, y es como si se me arreglara algo que no sabía que estaba roto. Todo es cercano y misterioso al mismo tiempo.


No me queda nada de la alegría vana y suficiente que sueles tener cuando se prolongan los buenos tiempos, esos de entreguerras o entrebragas, esos que no exigen de ti la tensión ni el orgullo, ni el sentido del honor, fuera de los que no sean necesarios para hacer más exhaustivas las desmesuras del disfrute.


No puedes tener remedio, si no tienes el problema acotado.


Ella se acerca y se mira en el espejo. Después de escuchar a mi ojo, se responde bella por su corazón sobreviviente. Se mira sin más, y parece querer no darse cuenta de que el gobierno, con una sonrisa de estiércol, le va a decir que vamos otra vez a cambiar la hora en pro de la eficiencia de lo conveniente, y en contra del amor al aire libre, las gentes sin desodorante, y del bendito sol, que sale para todas y para todos, y viene a descansarnos al tejado.


Las canas le son ríos de plata, y le sujetan la cara como sosteniendo un cuenco de leche caliente. Ella se pone más niña de la cuenta, algunas veces creo, como los poemas que me acaban gustando de verdad. Se ríe ansiosa sin motivo. Y se me estremece, golpeándose un pie con otro en la cama, de pura excitación.


Paseamos, y de pronto dice tenemos que llamar a tu madre. Luego tiene un hambre atroz innegociable, y entro a comprar una ciruela un aguacate, claro. Lo único peor de todo esto, es que, a pesar del brillo de colmillo que se me ha quedado en la sonrisa, hoy me da por ojear incomprensiblemente un Benedetti que reciclé en su día.


Las guerras son siempre de los tontos contra los listos, entiéndaseme, de quienes tenemos toda la razón contra quienes se descolgaron por un descosido de la inopia y vinieron a caer AQUÍ, y se pusieron, por sus razones o por sus cojones, a jodernos la vida y a destensarle el ojete a nuestro statu quo, llámese mundo de perfección, belleza y justicia ¿no? 


Ay, descansa. Ella es un perro que se persigue la cola. En eso pone un empeño voraz. La amo en su ensimismamiento y en los descansos, en los que me mira en silencio, a contraluz. La amo con mi pequeño amor ingenuo y puro, que no le sirve para nada. La amo con el amor que construye fortalezas en el filo de una hoja de hierba bajo una lluvia tenaz, mientras se anegan los campos.


Le digo que me ha salvado la vida. Pero no puedo contárselo todo.


Las guerras vienen a ser siempre de nosotros contra ellos, desde tiempo inmemorial. Da igual el bando en el que caigas. Todo consiste en ponerle orgullo e inspiración a las consignas de tu facción, silenciar convenientemente sus contradicciones e inconsistencias, y lanzarte a tener razón a cualquier precio, y saberte convencido de que estás en el lado de las personas de la bondad, del derecho, de la legalidad, y que te opones a un sucio ruido de esquirlas de ponzoña ardiente que sale de los estómagos del infierno para rompernos lo establecido. Tú el bien y ellos el mal, a toda costa, sin dudar, hasta la muerte. Así el amor bellaco, tantas veces. Así todo lo humano, tantas y tantas veces tan huérfano de cordura para parar la palabra llameante, y de dignidad para que la decencia dé un paso al frente.


Por el camino, reconozco mi vulnerabilidad y la tuya. Puedo hacer algo malo sin querer, y puedo hacer lo que quiero, sin maldad.


Yo sé que amo sencillamente, casi instantáneo. Si no va sencillo, y no me rindo y no me dejo y no me voy por pies, supongo que es que será otra cosa a la que no me quiero molestar en poner nombre.

No tengo tema, ni voz, ni bandera que seguir. No tengo un talento que cultivar, ni un mensaje que grabar a fuego en la vida. Cuando he ganado algo, ha sido aburriendo al destino, de tanto perseguir con saña. Mis premios nunca me han llegado por sorpresa. Los he ganado por desgaste, por aburrimiento de hacer siempre lo mismo, y hartándome de recibir hostias. Y nunca fui un joven prometedor para nadie. No tengo alumnos que me esperen, ni contertulios que me aplauden las gracias, ni adolescentes que me lamen el póster con los ojos cerrados, más o menos por la zona de la polla.

En mis malos tiempos, yo sólo tengo mierda en las entrañas.

En mis buenos tiempos, yo sólo tengo buena vecindad para callármelo.

Furia en las tripas y vinagre en la boca. Y una luz agria que no consigo limpiarme de la risa. Ilusión por el amor y la bondad natural del hombre, para malamente contenerme de salir a pegarle fuego al mundo. Y espíritu cándidamente constructivo para empeñarme en haceros una casa con toda esa basura. En fin.

Poco va a poder hacerse con mis restos, estoy suponiendo.

No sé si como mala hierba. No sé si como arbusto, seto espinoso árbol magnífico, pradera en flor, pero la siento enraizada en las riberas vaguadas laderas soleadas riscos acantilados inaccesibles brumosos de mi corazón.

Ay, descansa.

Poco va a poder rescatarse de tanto vano intento que tuve por el amor, que se me murió no sé cuando por el camino. Y saber que me flaquean las fuerzas y me pierden flexibilidad las comprensiones con el paso de la gente (más que del tiempo), y dejar correr la desdicha, con el desborde de mi furia contenida por mi cobardía, por mi inmadurez, o por una especie de trasnochado cándido respeto por lo que finalmente se me reveló sucio e indigno de la cuenta siquiera.

Poco se va a poder sacar de mi torpe experiencia en el mundo, deslumbrado por lo vano tantas veces, resentido por tanto romo dolor que en su tiempo tuve por sola compañía. Y la incapacidad de aceptar que el mundo simplemente es torpe, sucio y ruidoso como un camión que viene de culo.

Dios, vaya formas estúpidas que me salen cuando me quedo tendido en la mala pipa. Ya me lo voy notando en la letra.

Ayúdame, vamos a bebernos juntos tus lágrimas, le decía.

Me he dado la hostia padre, y qué voy a atreverme a decir ahora con una mísera gota de fe o de convencimiento. No he sabido nunca posicionarme cerca del estrado de otros. Siempre sospeché de saborear tan de cerca el verbo o el timbre del orador, que siempre viene a dejar su basura en tu casa. Quizá por eso siempre he sido un negado para la oportunidad que tantos otros aprovecharon, la de entender un segundo de flaqueza, un descuido, y arrogarme la verdad, o al menos la palabra, y secuestrar con mi tonta vanidad al auditorio. No es poco lo que va a poder aprovecharse de mi. Es nada, en esta tarde pesada, que va hincando la rodilla como un viejo elefante que se ahoga.

Ella me imagina delicado, deseante y deseoso, y yo qué le voy a hacer. Ella se mira en el espejo, y no se entiende tan lejos de mi aroma. Y qué le digo. Se le suben los olores y los sabores y yo no lo entiendo, y no tengo alma para contradecirla.

La amo también cuando piensa sus dudas en voz alta, con tono "grandes verdades".

Ella dice que de algún modo todo esto se va a arreglar. Ya verás. Dice.

Ella dice que la verdad está en las pequeñas cosas. Dice. Y se alarma con la cara que le ponen cuando enseña las bragas en público, a un grupo de gente en la calle, a una sola persona en su cuarto.

Vengo a decir que del amor ella no tiene la culpa.

En realidad yo siento que no tengo nada que darle, que no sea ardor o negrura. Pero ¿cómo voy a decirle que se me han pasado para siempre las ganas de explicarle, para que entienda, y de una vez se reconforte?

Soy un grito de amor balbuciente desde el fondo de la caverna. Dame con un palo en las tuberías vacías que salen del corazón. Escucha el eco.

La muerte siempre se ha sentido tan natural entre los vivos, pero nadie parece querer entenderlo. No queremos caer en la cuenta de que la muerte va en serio ahora mismo. Que no la sabemos ver si no es con la pompa y el estertor que nosotros mismos le ponemos, sin que nos lo haya pedido.

Ay qué maná de tontos caídos del cielo, esperando que la muerte se nos va a anunciar con solemnidad y arrebato.

No ha sido nacer, cuando ya tenemos el arañazo de la vida resquebrajada dibujado por el cajorro titubeante hasta el hoyo. No ha sido el primer suspiro, y ya tenemos el corazón cegado y roto de luz que nos sobra. Y señalar bobamente, y ponernos en pie, torpes, balbucir extraños, y la cabeza ya está equivocada para siempre.

Qué puta mierda nos contaron que es esta vida, que nos lo creímos tan llanamente.

Qué lástima, me digo, que me encontró en su camino o le salí al paso, o yo qué sé qué pasó, para sólo tener para darle mis pobres adornos con guarnición de miseria y amargor. Mi dolor inútil de no poder resarcirla de haber desperdiciado sus poderes entre tanto malhombre empeñado en acabarla.

Ella se queda sola en la tarde, tan quieta ante el espejo, y yo tan ajeno y lejano. Y el sol se le posa cálido y desganado.

Y son tan pequeñas, sus cosas importantes.

El olor de las tetas, me dice, que se le queda impregnado en las copas.

Y claro que me muero de muá.

Y se emociona con esta cosa descabellada, y se queda atenta a esta ilógica desmesura. Se concentra en su ilusión de que todo esto es básicamente tierno, incluso adorable. Y me enseña sus manos grandes de empeñarse, sus manos bellas de hacer contra pronóstico. Sus manos duras de querer como se pueda. Sus manos de decidir. Sus manos de embestir. Sus manos de desnudarse siempre tan sola en este mundo. Y besar. Y besar y despertar de lo que quiera que soñaba en este castillo colapsado de migajas, y saberse el corazón mirado. Saberse en esa magnitud incomprensible de emoción inexplicada. Y desear con furia y egoísmo. Aunque tiemblen siniestramente las casas y se arruguen para siempre los papeles.

Amar. Tan sencillamente lo veo.

Amar con el ardor de los labios desprendido, y dárseme en lo que sabe y puede, pedirme en lo que siente que quiere y entiende que yo puedo saber y poder, pedirme para siempre en tan sólo un momento lo que siente que quiero, o lo que entiende que pido. Así el amor, al que siempre busqué, y tan bellaco perdí por el camino quién sabe dónde.

Ella sabe que no necesitamos que nos arreglen.

Ella sabe que todo se arregla no haciendo puto caso a nada de lo que estemos diciendo, que pasemos de nuestra opinión y de nuestra delicadeza como de la mierda, y darnos de besos. Darnos de besos o algo así de inexplicable, hasta que uno a uno nos cansemos y nos acabemos olvidando, a besos, de quejarnos por lo estúpido y miserable hijodeputa que hemos sabido siempre que es este mundo, mientras baja de culo la cuesta que nosotros subimos tan trabajosamente.

Jag.
2_11_17


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