Las andaluzas te miran como si acabaran de bajar de un caballo,
después de haber trotado toda la marisma.
Parece que vienen de urdir y consumar una venganza.
A mí no me hace falta ni verte, corazón.
Como cuando Chicote entra por primera vez
en el almacén de un restaurante,
ponerme medio rato a tu lado
me ha zarandeado todas esas emociones que tengo
enquistadas,
adormecidas,
en suspenso.
No pidas más mi número por ahí,
y quédate en tu vida real.
A pesar de que sospecho que
no somos de tallas parecidas,
no he cerrado los ojos cuando
se me empiezan a ocurrir nombres de perro grande.
Y miedo me da.
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