No
eran palabras en mi sueño, a ver cómo me explico, no eran escritas
ni pronunciadas, sino más bien una especie de idea omnipresente que
se explicaba por sí misma. Como una fuerza latente: el oxígeno que
respirará el submarinista, callado, tenso, comprimido a su espalda,
antes de haberse lanzado al agua.
Enmedio
de mi bruma onírica, tu nombre se me aparecía como latiendo en
silencio, suficiente, localizado en una inmensa cuadrícula
tridimensional invisible. Era como si tu peso, tu lugar en la vida,
con todo lo que aportas al mundo, tuviesen un lugar propio, unas
coordenadas específicas, en una tabla infinita de excel.
Me
movía trabajosamente en la cama, soñando tu nombre. El día viene
claro, me decía a mí mismo, sonriendo en el duermevela. Y tu
nombre, como que se me imponía por dentro, y al tiempo entiendo que
algún tipo de contable divino ha parcelado el universo para
facilitarnos las cosas.
Hay
una casilla con tu nombre, en la inmensidad del todo, y yo la he
encontrado, en mi sueño. En el estómago, como una cavidad vacía,
que al mismo tiempo me contiene y me indispone a discernir entre
dentro y fuera, entre tú y yo; y yo avanzo un dedo hacia una casilla
al lado de la tuya, y al tocarla, en un suspiro, a dos centímetros
de mi nariz, desde el suelo lechoso del sueño, se disparan hacia el
cielo estructuras retorcidas de negro metal hiriente oxidado, como
ruinas que aspiran a tener un sentido constructivo, como skyscrapers
rotundos preñados de yonquis babosos inofensivos, como espadas
ardientes de fuego invisible que desafían la majestuosa inmensidad
del cielo. Y por sus rendijas, un viento metálico, inmiseridorde, me
susurra, entre dientes,
ocupado...
ocupado...
Con
tu nombre pululándome en las entrañas, ya pueden venirme mensajes
disuasorios. Mi corazón, con tu nombre en la boca de mi sueño, es
un saco de ratones que se descose por los cuatro costados en mitad de
un campo de espinos. Sueño tu nombre y mi paz todo lo puede. Y la
vida puede ser un domingo de tristeza contenida, pero la verdad es
que camino gozoso esquivando todas las trampas, todas las durezas que
se inventen las señoras y señores que con su propio miedo
ancestral, con su pobre miope cobardía, construyeron razones para
ningunear la poesía, falaces poltronas desde las que nos dicen, a
ti, por tu lado, a mí, por mi temeridad: sean todos bienvenidos a la
vida real.
No
quiero, ni soñando, una vida de qué-vamos-a-hacerle.
Yo
sueño con tu nombre y todo son cosquillas.
Sueño
con tu nombre y no puedes hacer nada. Es así, básico, sencillo,
natural. Ya pueden quemarme los puentes, perderme las llaves,
cerrarme las puertas.
Los
soñadores parecemos gente caprichosa embobada en la construcción de
su irrealidad, pero nadie como un soñador tiene tan a la vista la
vida real. Nadie tiene tan presente lo que le falta. Sí. A veces
parecemos bobos suicidas, pero mira bien, dentro de nuestro
debatirnos entre entusiasmo y estupor: queremos una vida real mejor.
No perdemos energía en debatir ni presupuestar lo que es posible o
no. Soñar es darle espíritu constructivo a la insatisfacción. Y
ante eso, extiéndeme campiñas de flores aburridas, hechas de sol
acostumbrado, engalanadas de perfume heredado, esperando pasivas
algún destello descuidado de la aplastante vida natural, tan lógica
aburrida.
Soñar
es lanzarme de cabeza a las leyes que tengo por escribir. Sumergirme
en una paciencia ansiosa por el sabor de lo inconcluso. Te huelo. Te
estoy dibujando sin forma, sin límites, en mis entrañas. Y así me
entrego más profundo, si cabe, en la construcción del mundo que
quiero.
Ya
despertando, no puedo dejar de lado que detrás, dentro, delante de
tu nombre hay una mujer censada, con todos sus derechos y deberes,
con sus cargas y anhelos, en la vida real. Y aunque es cierto que
pensando esto, la casa me parece muy fría para el tiempo que entra,
en realidad nada cambia, básicamente. Tu nombre también está
despertando conmigo, y empiezo a ensayar algunas costumbres
mecánicas, me hago un café grande, con alegría íntima y en los
labios apretados, una especie de satisfacción contenida. Sólo con
soñar tu nombre mi vida ya ha mejorado.
Yo
no dejo de estar en el mundo, con los derechos y deberes, con las
cargas y anhelos que por vivir me corresponden, por amar la antesala
de la mujer que realmente eres. Yo no soy un hombre menos real por
soñarte.
Pienso
en la gente que me quiere. Pienso en la gente a la que quiero. Y
aunque reconozco que todos estamos queriendo como sabemos, pues no
puedo dejar de admitir el peso de tanto amor que debo. No es sólo
que te quieran, la vida. No es sólo admitir que todos los intentos
serían merecedores de tu respuesta. No es que me quieran, no es que
yo ame. Para amar, en sí, ni tú ni yo nos necesitamos.
Sueño
tu nombre, con su mujer por dentro, al lado, ahí donde estás, aquí,
en mi hogar alquilado, y me abrigo dos veces:
Una,
por mi frío,
Otra,
por el frío desangelado e inmisericorde que gobernaba tu barco
ardiente, mientras bajabas por la calle mayor de tu pueblo, sabiendo
tú sola que en alguna parte está el amor que te deben.
Y
ahora me vienen tus decepciones y desplantes, tus renegociaciones,
tus logros, tus dolores, tus márgenes de mejora. Una mujer real,
como decía, después de todo. Es lo único que no pierdo de vista.
Sigo
adelante el día y por dentro de la boca cerrada, como que tengo una
orquesta ordenando sus partituras, templando cuerdas, acumulando
vientos, domando metales. Por dentro de la boca cerrada, sin letras,
sin palabras, se me imponen susurros que me ayudan a discernir entre
lo fácil y lo sencillo. Me ayudan a abrir los ojos del todo. Me
ayudan a preferir.
Se
me acaba instalando en el alma, ya despierto, como siguiendo una rara
alegría sin contrato, como un saber audaz, inocente e incontestable,
que sin detenerse a debatir entre lo posible y lo deseable, sin
pararse a clarificar lo pertinente, lo negociable, lo sorpresivo, lo
esperanzable, tan sólo sabiendo que he despertado, y hallándome
colmado en mi propio sueño, un pájaro de silicona se da topetazos
contra las paredes de mi estómago. Lanza sus cantos contra mi boca
cerrada.
Sin
palabras te llevo conmigo, poniendo parte de tu ventura en mi
sonrisa, al saludar en la panadería, en el super, al negociar toda
la ambigüedad que se extiende entre la pena y la alegría, entre el
deseo y la decepción. Un
paso puede ser de arena y el siguiente puede ser de cardo, pero te
pienso y sin querer me gobiernas, y salgo a la calle, como digo, con
la única canción que quiero, sellada en los labios.
Sin
notas, sin letras, encaro el día cantando por dentro que eres tú.
Que eres tú.
Y
este sueño que despierta en canción se me tiene que notar en la
cara.
Barceloneta,
15_Marzo_2015
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