por los
equívocos en los que caí
mientras
me dabas aquel abrazo.
No puedo
culparte
de
haberme yo lanzado
a saber
que sí,
a saber
que por fin,
a saber
que eres tú, que
ya me
has llegado.
No puedo
culparte,
por
entregar nuestros silencios
a esa
fuerza ciega
que nos consume en
entusiasmo.
No puedo
culparte,
que el
abrazo
lo
hacemos los dos. No tienes la culpa
del
vértigo el temblor
los
miedos que nos celebran
las
dudas que nos corroen.
No puedo
culparte
por
fundirnos desde los pies,
forzar
nuestros pechos
en un
solo espacio, explorarnos
la
espalda, besarnos
los
hombros, olernos
el
cuello, las intenciones
veladas,
los latentes
impedimentos
que ponen
mano en
la boca
piedra
en el alma, no puedo.
No, no
puedo culparte
de
decirnos la vida
en
susurros inaudibles ese día,
y que
hoy nos duelan los brazos.
No puedo
culparte, pues
yo solo
me he lanzado
a decir
que te quiero, y era mía
el alma
la escalera,
corazón
chivoloco temerario,
trampolín
y tu aire fresco,
desorientado
y precioso
en la
amplitud de mi salto.
No puedo
culparte, pues,
de
entender y saber que
eres más
que una sorpresa,
no puedo
culpar
tu
respuesta veloz inocente
que soy
más que un regalo.
No puedo
culparte, no puedo,
de
acariciarte la cara en la calle
y que me
cubras de besos
la mano.
A quién
culpamos entonces
de que
encuentre medicinas
en tu
olor, de que andemos
así de
apretados y te diga
cuidado
niña, nos caemos,
ojo con
el cierre
antes
del balcón al Atlántico,
mira que
no pasamos la cortina
que nos
golpeamos con los muebles
y te
quiero te quiero
y ya
está, y figúrate que ésto
es
primohermano del innombrable,
ahora
que estamos
a punto
de separarnos.
No
puedo, decididamente
no puedo
culparte siendo yo
el que
andaba tapándote
los pies
desnudos
sin
saber qué estás soñando.
Tú no
tienes la culpa
de que
ande pendiente
de tu
tos y tu resuello,
de que
huela en secreto
la manga
de tu brazo en pijama,
de
soñarte desnuda enmedio
de un
trigal
y echar
puñados de papayas maduras
que
revientan en tus campos,
y abrir
los ojos, saber
que no
está mal que es precioso
despertar
a tu lado.
Y te has
estado riendo
el
tiempo interminable
de
nuestro abrazo,
y ni tú
ni yo tenemos la culpa
ni hemos
echado cuentas
de que
la vida real se nos precipita,
con sus
deberes,
con sus
soledades y cansancios.
Tampoco
es culpa de tu boca,
que deja
escapar un hogar,
con una
cama tuya
en la
que me dejas espacio.
No puedo
culparte, a estas alturas,
de que
ahora no me encuentres las palabras,
y
enmedio de este silencio descarnado,
no puedo
dejar de ver
cuánta
belleza irresistible y pura,
cuánto
fin definitivo
de
nuestros tiempos duros, oscuros,
se nos
escapa
por las
piernas abajo.
Y ahora
somos dos cuerpos,
dos
alientos emancipados,
y una
alegría sencilla
se ha
tomado un descanso, aunque
sigo
haciendo sitio
a las
llanuras colinas humedales
de tu
cuerpo, a mi lado.
A nadie
puedo culpar, en fin,
de poner
toda la fe
de poner
todo el saber
en
construir una casa
para los
besos que no nos hemos dado.
No
puedo.
No puedo
culparte, amor.
No es de
culpas este poema.
Ni con
culpas
ni con
equívocos
voy a
hacer lo que amo.
Jag.
Grácia_5_Mayo_2015
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario