5 de octubre de 2016

La pizarra, inabarcable,


la iban llenando de injusticia escrita y de porquería. De rayajos burdos y dibujos obscenos, hirientes. Algunas veces eran trazos duros que dejaban una capa palpable y gruesa de tiza flotando, otras veces eran atmósferas leves de suciedad, como humo de recuerdo de batallas y estampidas, de sangre apresurada y desorden, nubes de ceniza que todo lo llenaban de oscuridad y dolor. La pizarra se iba saturando de consignas que celebraban -con su propio ejemplo- la ignorancia, y por todas partes rúbricas de lo insano.
Contra eso, que seguía creciendo como una llanura orgánica infinita, ambiciosa, insaciable, en la que siempre cabría un cadáver más, como un cielo negro en el que siempre habría espacio para un lamento más, contra ese soberbio dibujo de la arquitectura del horror, tan sólo un bebé que apenas tiene edad y fuerzas para mantenerse en pie. Tiene puesto un pañal, y en la mano, un pequeño trapo. Sólo tiene edad para la sorpresa, pero nosotros no sabemos que, casi azarosamente, esa capacidad para el misterio se va componiendo de rabia, de juego, de inconsciencia, de dolor y enfado. Toda la pared es pizarra, hasta el suelo, y todo el alrededor es pared. Y la negrura mantiene su límite a la vista, chocando con el techo. Y todo tiene misteriosamente una luz natural, y en la pared no hay vanos. El bebé está ahí, dando pasos precarios, culazos en el suelo, fraseando ruidos inconscientes, mientras mira sin comprender la negrura blanqueada que le acoge, le rodea y le supera.
A este escrito no le importa cómo, pero no hay nadie más, y los mensajes de lo negro se siguen sucediendo, acumulándose, en la pared. Todo es negro que no acaba, sin explicación, y que va ensuciándose, sin control, de tiza blanca.
A este escrito sólo le importa que lo sucio y lo injusto siguen avanzando. No le importa que el bebé no haya llegado a la razón, ni a necesitar la verdad, ni a aprender de la explicación. A este escrito no le importa que el bebé apenas se mueva entre el juego y una fase elemental del asombro, cuando aún es inconcebible el miedo en el misterio. A este escrito no le importan las justificaciones de la maldad, ni los argumentos de los que se arrogan la razón de lo necesario, ni la sangre del dogma, ni la engañosa paz de lo callado.
El bebé da pequeños pasos sin razón, hasta apoyarse en la pared interminable. Babea, se queja y se ríe balbuciendo nada, como supongo que debe ser, y su cuerpo se va ensuciando de blanco. Y nada se borra del todo, mientras, sin intención, ensaya con la manita del trapo un estertor repetitivo, emborronando los mensajes y dibujos de maldad que no comprende. Y es tan sólo el juego de ver que algo simple pasa cuando su mano se mueve. Lo malo avanza. La estupidez se afianza en el esplendor de su señorío.
Y es una victoria que a los bobos y a los injustos, sin esfuerzo, convence. Eso es lo que le importa a este escrito.
Jag.
5_10_16


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