4 de octubre de 2016

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También se llega lejos cuando el amor promete. O cuando uno se siente en deuda.
El bolígrafo que yo no quería haber heredado tiene una buena anatomía, un tacto elegante, y la tinta tiene suavidad y rapidez.
A pesar de sus borbotones al principio de los trazos, sé que puedo escribir mi piedra y mi río. Mi techo, mi alegría, mi marrón y mi palo. Lágrima y sangre, sudor y cortesía y etiqueta en harapos. Y cuidadito con resbalar hacia Benedetti, y venas abiertas y esas tonterías de charango y cuchara a la luz de la luna, qué cansancio. Más bien le daré mi bicho.
Le daré mi semilla, y ya estamos otra vez con los niños de papá que hablan de ponchos desde el centro de Paguí, y la nostalgia, y el dolor y la tierra y el hombre y el revolucionario humo de los autos, bebiendo tinto caro con alguna guayaba que no da palo al agua, y que huye de la barbarie y la incomprensión con los billetes de su popó y su momó. Rusa mismo, viste.
Más bien le daré malestar, confesión, marea. Y desnudez, indefensión, le pondré. Y una suavidad percutora que se oficia. Y una nobleza que yo tenga.
Y una humedad, le pondré.
Jag.
21_9_16


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