3 de marzo de 2018

MIRADA DEL LOBO EN UNA TARDENOCHE DE LLUVIA



La manera más simple de la felicidad es amoldarse a lo que hay y disfrutar. Como si fuésemos líquidos que caen en un cuenco. Si cae mucho, no importa. Si cae poco, no importa. Tampoco si cae dentro o cae fuera.

Te dije no pienses en el frío y yo no pensaré en los cristianos. Y te lo dije atropelladamente, porque diciéndotelo al oído, ya voy acercándome a la idea de cómo me gustaría que todo esto fuera con más frecuencia. Que tú no pensaras en lo uno y yo no pensara en lo otro, supongo que podría ser suficiente para que ni tú ni yo saliésemos movidos si a Dios le diera por hacernos una foto.

Te miraba con el rabillo del ojo. Las manos rodeando al móvil cálidamente sobre tu regazo. Las rodillas muy juntas. Y tu olor.

Por mi parte, por dentro, todo, resumido en un estremecimiento, contigo a mi lado. No sé decirlo, no quiero describirlo, para que no acabe decepcionado, y me niego a inventarlo.

Hace cuatro noches te dije que sólo quiero vivir. Y si no es para ti, no quiero calor para nadie.

Yo sé que con mi honesto candor no voy a ninguna parte. Y sé que no estoy en posición de plantearme lo que tú necesitas. Pero alguna vez pienso en qué estoy haciendo con mi vida, y la corriente de pensamientos se me corta cuando siento que hago algo que te ayude o te sirva, o que al menos te haga reír.

Yo sé que no es un plan de vida, y que todo esto se va a resolver en una explosión sin sentido de sentimientos atropellados, como abrir de golpe una gaseosa que ha venido en la parte de atrás de una furgoneta.

En un momento pienso que tengo que cuidar de tu dolor y del mío. Pero todo eso está confundido con mi cuidado por tu plenitud y la mía. Y por algo parecido a unas esperanzas, que aunque no queramos, nos acabamos formando.

Siempre ando con la mano nerviosa y tensa en el grifo de decir las cosas. Ya podrás imaginar que este baile absurdo de lo que quiero con lo que debo, de lo que puedo con lo que hago, me tiene agotado, y de los nervios. Tengo un miedo terrible a decirme que te amo.

Que tú y yo nos conocemos más de lo que admitimos, es un hecho. Y notaste mi respirar acelerado, y ahora no puedo evitar volver a temblar ante este papel que se arruga al choque de la calidez con la humedad. No tengo remedio.

Te inclinaste un poco por leer algo, y de algún modo me sentí de pronto derrotado por la blancura de tu cuello. Después, no pude más que irme. Y sólo podía caminar por calles en las que los edificios no me escondieran la luna llena. Esa que juega con nuestros líquidos.


Jag.
3_3_18


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario