Que de pronto supieras,
te cambió tan sólo
la postura de la piel.
Que de pronto supiéramos
tú y yo, que tú sabes,
sólo a mi lengua mordida
le dio palabra.
Caen, pues,
y se desvían mis ojos
por mis manos y mi cuerpo,
que se callan.
Yo me muero de vergüenza
de haberte dicho,
por batallas que hoy
tú no entiendes,
y que darás
cuando yo no esté.
Jag.
27_3_18
.
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