21 de diciembre de 2018

EN EL MISTERIO



Después de casi haberme acostumbrado a que las barras eran naranjas casi cada día, incluso rojas los domingos, por fin hoy ha sido claramente verde. Me ha empujado una decisión repentina, como desde el estómago, a levantarme esta mañana y lanzarme hacia un rumbo pardo, dudoso, con la miope determinación de un ungulado que se vuelve loco de sed en mitad de una inmensa nube de polvo. En la calle descubrí que el día era azul, y ya pronto supe que estaba demasiado abrigado para el aire acondicionado. Las dudas me llevaban a la negrura, al pantano sin fondo, a la baja calidad de los pensamientos, pero decidí preguntar buenamente antes de dar el día por perdido. Me dolió la espalda y me dolió el asco, pero gané el arte de los árboles y la magia del vuelo cuando ya casi no me lo esperaba. Luego, en su momento justo, la sed, el hambre marciana, zambullida en una ensalada infame. El sol lo estaba poniendo todo precioso, a pesar de que tú y yo estamos a estas alturas tan extraños, tan sabiendo con seguridad y desde dentro, que llevamos un tiempo fundiendo a negro para siempre.

Ya no me importan tus llamadas como antes, pero anoche soñé contigo.

Veo desde demasiado lejos que estés haciendo planes, y cuando me pienso delante tuya, tan torpe, tan inocentemente ofrecido, me cago en el misterio.

Poco importa en estos momentos que te ajustes el sujetador, las medias delante mía. Todo está perdido, me temo, en este cansado languidecer enfebrecido. Pero anoche soñé contigo.

Estaba desnudo, de pie, inmóvil delante tuya, y tú me dabas friegas por el cuerpo con un aceite templado y oloroso. Como si fuera una especie de muerto de pie, al que querías honrar debidamente. Incluso cuando estabas de rodillas para darme el masaje en los muslos, notaba tu respiración, tan acelerada.

Que el pasado nunca concluye me está pareciendo una mierda, y no encuentro gota de amor en que te duelan los huesos. Ha pasado el tiempo de las palabras, y aún del sentido, de las ganas, de los gestos, y tú no te has enterado. Ha caído del todo la negrura de una noche que no va a terminar nunca. Pero ahora estoy despierto, y no se me quita de las entrañas ese sonido de tu respiración, el leve murmullo cálido de tu aliento atropellado, que se me iba posando por todo el cuerpo, mientras lo recorrías con tus manos, en mi sueño, tan lentamente.

Alguien que no me conoce de nada, me está diciendo que debo esperar lo mejor. Mira tú qué sencillo lo ve todo la gente. Yo sé que a lo lejos, en algún lugar distante, lo natural es que una cuarta de tierra cubierta de hierba maltratada, se esté humedeciendo en este momento de rocío. Qué bonito, hostia. Y qué inútil que me hagas exhibiciones de lágrimas en estos momentos, y que tu cáliz viva intranquilo por mí, y que tu pañuelo sea un mundo. No tengo que darme a todo. No tengo que elegir nada, que vete tú a saber en qué momento me pilla la hormona lo que venga a quererme para siempre desde su espíritu sereno, por su coño revuelto o hacia mi chakra del ático. Todo es punto y seguido y penoso y chispeante sorprendente mezquino pomposo miserable esperanzador en vuelo caída libre. En la cola del autobús, la mujer del pelo blanco me estaba mirando claramente. A lo lejos, sobre el fondo de cielo arrebolado, entraba desde occidente una gaviota rasgando el horizonte. Súbitamente, me dije que si en el momento justo de pasar por encima de la luna rosada yo cerraba fuertemente los ojos para no volver a verla nunca nunca más, todo esto va a ser poesía, porque yo lo digo.

Y ya ves, querida, así que fue.

Quién iba a decirnos a ti o a mí que yo iba a manejar tan irresponsablemente semejante poder.


Jag.
21_12_18


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