24 de agosto de 2020

POSESO


No es que no crea en la fe que tenga en el progreso de este texto, por ejemplo. Quién soy yo, a ver. Ya sabes que en el trato personal soy otro. A veces perfecto para un encuentro casual, y paciente, ponderado y comprensivo como para emprender conmigo un viaje largo. No, no es eso. Ya sabes que con sólo ponerme a pensar en algo yo solo, me sobreviene como una tonta gravedad. Es como si me poseyera un aire de misticismo, todo se me impregna de una cierta afección por glosar la transitoriedad y la decrepitud. Qué quieres. Créeme que intento siempre mantenerme alegre y educado, soporto la conversación trivial, el parloteo ensimismado de quienes aman escucharse, sin abandonar mi tono jovial, cuidando de no sacar los temas. De todos modos, mi trabajo me cuesta creer que no logres entender que las cosas tantas veces se revelan muertas al poco de empezar a estar. O que no lo quieres ver. Que las cosas tantas veces, con su pobre honestidad, se nos van desnudando pobres, inútiles, y acaban derrumbándose por el peso muerto de su propio sinsentido. Y sí, también a veces se nos mantienen fugazmente pertinentes, eficaces en su ensayo de pujanza. Pero son frágiles ante la verdad ineludible de que todo está cambiando desde que nace hasta que muere. Lo que pasa es que somos vagos y somos lentos y somos ingenuos mirando. Aunque veamos a las cosas en su paso vivo, cómo incluso hacen por desenvolverse con soltura y alegría, todo se está constantemente precipitando hacia su desaparición, o como mucho, hacia su disolución y confusión con otra cosa. Te puedes poner como te pongas. Con un movimiento de culo le quieres quitar la razón a toda la poesía del Barroco. Anda sí.
Yo debo decir que te quería. Tú buscabas con ansiedad palabras para ir asentando ideas y hechos, para ir cerrando cosas, y yo, al paso cambiado, iba sabiendo que sólo podríamos encontrar cobijo en lo que de abierto hubiera en las palabras que encontrásemos, quizá un llano de vivible temperatura, o un cielo sin historia que nos diese aire para respirarnos un momento. Eufemismos, vaguedades, dirás, como si te estuviera viendo. Nunca entendiste lo poco que nos iba a alimentar tu ansia por las certezas. Nunca entendiste que mientras vas y vienes, vida tienes. Nos abrazábamos y nos repelíamos como imanes puestos de culo. Nos topábamos con alguna palabra que parecía ponerle un lacito de color a alguna de nuestras cosas, y tú lanzabas fiestas por los poros, te enardecías celebrando una conquista, una meta. Yo desesperaba callado, porque sólo veía cómo tan absurdamente íbamos esbozando una mentira piadosa, una cárcel. Una cárcel de paja, pero cárcel. Eufemismos, vaguedades, dirás, pero yo te quería. Lo sé ahora, como lo sabía entonces. Y no hay que poner rima ni solemnidad para saber que se acabó lo que se daba.

Jag.
17_8_2020


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