7 de junio de 2012

ESPINAS DE AMELIA

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Algunas veces actúo de forma ilógica, o no sé, a lo mejor hago las cosas siguiendo una lógica que no sé desentrañar. Eso me lleva a vivir acostumbrado a un cierto grado de estupefacción y opacidad con respecto a lo que podría llamarse “normalidad”.

Después de algunas vueltas, después del sucederse las ilusiones –las referidas a imágenes falsas que me hice, las referidas, también, a las que me sirvieron para construir y educar mis deseos-, después de decepciones, alegrías imprevistas, heroicos intentos, después de largas temporadas de vacaciones en la oscuridad o en la penumbra indefinida y exasperante, después de embriagadores, contados momentos de luz, después de todo eso que vamos llamando “vivir”, uno, (al menos, yo) se va haciendo una especie de conjunto de conclusiones que lleva consigo. “Conclusiones” no es la palabra idónea, me parece, porque esas pseudo-opiniones nunca tienen (a mi parecer) solidez suficiente para llegar a construir nada estable. A lo más que puede uno llegar es a ir enhebrando en un hilo una sarta de cuasi-decisiones como para ir tirando. Es como una mochila en la que vas metiendo las cosas en las que crees en cada momento, las que piensas que vas a ir necesitando para vivir: la idea de lo que eres, de lo que quieres, del papel que tienes, de lo que te gustaría ser, hacer, etc; En fin, uno va llenando esa mochila con poco más que un manojo de certezas eventuales, intentando dar con la tecla de, valorando sobre la marcha lo que tiene ante las narices, esbozando, con las herramientas de las que buenamente disponga, un plan de acción que sea vivible y que, si es posible, no le joda el sembrado al vecino.

Uno tiene que andar con los ojos bien abiertos. La vida es en riguroso directo, no admite pruebas ni ensayos, ni tiene Ctrl+z. A mí me parece que esa mochila en la que uno guarda lo que cree que uno mismo es o necesita, la que guarda lo que uno opina que es el sentido de vivir, pues a mí me parece que tengo que llevarla abierta, para que todo esté como fresquito, que no se vayan las cosas al fondo y se sientan encerradas. Y sobre todo, llevarla abierta para que puedan entrar cosas nuevas con facilidad, y para que puedas sacar, también con esa misma facilidad, las cosas que van quedando obsoletas, y por tanto, no son más que peso muerto.

En fin, como me venía a decir ayer una prima del Facebook, el juego se está haciendo sobre la marcha y hay que tener espíritu deportivo. Ante esto, me parece que mientras más asentados tengas tus valores, mientras más sólidas sean tus convicciones, más chungo lo llevas. La vida es flow, y no hay que tomarse en serio sus reglas. Cuando por fin vienes a encontrar una respuesta decente, resulta que otro, o por tonto o por hijoputa, te ha cambiado la pregunta. Relax.

Estar pendiente de lo que llevas o no en la mochila, atento a las depuraciones y actualizaciones es vital, pero si te obsesionas, es un morir por Dios. Personalmente, no tengo una fórmula que me libre de estos extremos: uno, el vivir alelado en la vela del contenido de mi alma, o, dos, despreocuparme totalmente y confiar en que encontraré refugio cuando salga el sol por Antequera, esto es, vivir alelado en mi propia irresponsabilidad e inconsciencia.

Aún así, uno siempre tiene, o por debilidad, o por comodidad, o por limitación, o por tino, o por pura buena suerte, ciertos preceptos de uso personal, ciertos valores básicos que, a pesar de todos los avatares, resisten dentro de la mochila. Yo suelo llevar, como referente para medir mis cosas, el campo semántico del “amar y sentirse amado”, un terreno suficientemente amplio, con múltiples imbricaciones adventicias como para que pueda considerarse eso, una referencia para establecer consideraciones fiables acerca de cómo va mi vida…

(…)

Y en este punto pienso en esas espinas que tiene Amelia, y ya no me quiero alargar más, y he dejado de verle sentido a algunas cosas. Igual que otros días me he servido de una luz inexplicada, y he prolongado aliento hasta conseguir que el texto adquiriera el color de un ligero trotecillo, ahora, pensando en esas cosas que tiene esta mujer, o peor, en las que no tiene, pues la verdad es que acordándome de eso del amar y sentirse amado, acordándome de que en su momento eran el mejor acopio, el que mejor explicaba mi mochila abierta, plena de lindos valores, pensando que ese amar sin metros ni litros en la mente, ese sentirme confortado, amado por mujeres, árboles, metales o piedras y qué más daba, eran un sentido que a todos los viajes me acompañaba, pensando en eso, ahora, con esas cosas que Amelia tiene de más o de menos para que todo tenga un ritmo aceptable, y viendo a la gente por la calle, enervada en sus quehaceres mientras la tarde desfallece, siento cómo se me instala una pereza en el pálpito, acaso un vago rumor de escepticismo.

Y de pronto me siento como si el pellejo en el que nací se me hubiera quedado chico. Tengo que salir de esto.

Porque no quiero, porque estoy harto de más de lo que digo, porque se me tambalea esa inocencia tan guapa que yo tenía, y veo cómo se me gastan las fuerzas, te digo que este texto se acaba, sin importar que nada se haya dado por concluido.



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2 comentarios:

  1. Intentar concluir es morir...dejar abierta la mochila es la base para crear...frases inconexas...pensamientos inconclusos...nunca caminar por la línea recta...CERTEZAS eventuales, me gusta, yo creo que no hay certeza posible...

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  2. ...la única certeza es que no hay certezas...

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