27 de junio de 2012

SIN TIBIEZA.



Me dice Cortázar, desde un libro antiguo y juvenil, que “dar algo de uno a los demás, (poesía, TNT, besos) es reconocer la integración del yo en el tú”. A mí me suena a que ofreciendo conscientemente algo de nosotros mismos a los demás, no hacemos más que reconocer, por un lado, que nos sentimos esencialmente solos, que para superar eso, damos y nos damos, y por otro, que ese acto de dar, de darnos, hace que encontremos partes nuestras integradas en el otro, esto es: dándonos establecemos un terreno para compartir con el otro, y que, de hecho, eso nos hace superar esa soledad esencial que tenemos de fábrica. Se me ocurre que, si uno da partes de sí al otro, si esas cosas están “integradas”, ¿qué es lo que recibe ese otro sino partes que ya tenía? Deduzco, al hilo de estas razones, que no dar, no darse es como jugar a la soledad, pero en grupo, con la humanidad entera.

He tenido noticias de gente que me lee las cosas de vez en cuando. Me han dicho que en mis textos, entro demasiado en lo personal. La verdad es que no acabo de entender con claridad ni dónde está el problema, ni si se puede entrar “demasiado” o “poco” o “mucho” en lo personal. Más bien creo que entras o no entras. O te das o no te das. No veo umbral ni descansillo.

Cruzando por enmedio del sembrado, yo les digo que no entendería el dedicarme a las artes si tengo que disimular o mediatizar lo personal. Que eso, el convertir lo personal en tema y artefacto a compartir es, por un lado, una de las múltiples posibilidades de las artes, y por otro, una opción vital.

Y antes de haberlo comprobado, estaba fuertemente persuadido de lo siguiente: en tus obras, mientras más profundo llegas en ti mismo, a más profundidad llegas con tu público. O dicho de otra manera: si consigues que tu obra tenga una voz en términos humanos, accederás, en términos puramente humanos, a tu público. Es comunicación básica. Tu público no es un ser múltiple al que puedas tratar como lo hacen las grandes empresas, según estimaciones generalizantes ni aproximaciones basadas en la estadística. No son un rebaño uniforme. Son un colectivo de personas que acceden a tu obra como personas individuales. La ecuación básica en las artes se resuelve, a mi entender, cuando la obra consigue desproveerse al máximo de atavíos superfluos y se presenta al espectador (persona) como un hecho personal del artista. Cuando esto se consigue, tiene lugar un encuentro honesto y en desnudez. Hay mil cuestiones que entorpecen y aún dan al traste con esta posibilidad ideal, es cierto, pero no puedo admitir como inmoral el presentar públicamente mis trabajos en “desnudez”. Tampoco es inmoral el intentar acceder a la “desnudez” del público. Sólo busco el encuentro puro. Igual que el nudismo no debe confundirse con el exhibicionismo, mostrar mis obras en esas condiciones de desnudez no implican un acto impúdico ni desvergonzado. Tampoco significa que estoy tomándome a broma mi intimidad. Al contrario, por respeto a mi espacio puramente personal, así como al espacio personal del otro, tengo que esforzarme en todo momento en la toma de conciencia acerca de qué quiero compartir con los demás y qué se va a quedar en la esfera de la intimidad, que tampoco la pierdo, dándome por completo. No tengo que quedarme vacío cuando hablo con honestidad, y siempre tengo que tener presente a quien escucha. Así vigilo que el encuentro se dé en términos de pureza abierta al diálogo y desprovista de agresividad. Esas son mis intenciones, mis puntos de partida, aunque claro, no siempre son comprendidos.

El aire general de la cita de Cortázar ha conseguido que me ponga, en este escrito, a airear mis presupuestos, que nunca está de más, pues las cosas ganan en claridad (o al menos se intenta), y ante el público -y el autor mismo- las propuestas formales se sienten más arropadas con argumentaciones de intención definitoria. Eso sí lo ha conseguido la cita de Cortázar, aunque creo que, jaleado por un primario y descontrolado entusiasmo juvenil, se deja llevar en la forma y acaba poniendo un énfasis innecesario e incomprensible, que da un aire sospechoso a su formulación. Porque, ¿a qué se debe el gratuito ajuntamiento de la poesía con el TNT con los besos, al referirlos como ejemplos de “lo que uno da”? Se me figura que ha habido una inundación que ha arrasado con todo. Cuando la catástrofe se ha sentido satisfecha y ha aplacado su rabia, las aguas han bajado, y en el suelo encharcado del llano, se acumula el sedimento del caos. Y no sería extraño ver juntos un patito de goma, una vaca lechera hinchada, medio olmo desgajado y varios botes de silicona selladora de exteriores. Y por qué no, también poesía, TNT y besos. Pero en este contexto todas esas cosas están conectadas por una lógica: la furia ciega de las aguas no ha hecho distinciones y ha arrastrado todo lo que ha encontrado a su paso. Pero era sólo eso: una fuerza descomunal que ha bajado a descansar al llano, y allí deja los inconexos sedimentos de sus desmanes. Esa fuerza, esa rabia de la naturaleza no quería expresar nada. No quería poner un ejemplo, como Cortázar ha hecho, de las cosas que uno daría a los demás. No creo que Cortázar haya sido nunca una furia ciega. Pero entonces, se está tomando a broma la poesía, el TNT y los besos, ¿no? Eso, de entrada me subleva, después me ensucia la opinión acerca de su capacidad para respetar, incluso su aptitud para valorar qué es la integración del yo en el tú. Me sobreviene la sospecha de que un escritor excepcional ha caído en un estúpido juego de palabras.

Supongo que es muy fácil -lo he vivido en mis carnes- el pajear la mente y denostar (criticar sin proponer alternativas ni soluciones) algo que ya está hecho: una canción, un cuadro, un libro. El que critica en estos términos se limita a escoger un aspecto puntual de los esfuerzos del otro, y alrededor de esa incompleta muestra, que ha escogido arbitrariamente, monta un artificio argumentístico (una nueva “verdad”, un nuevo foco de atención) con el objetivo de putear vanamente al primero. Básicamente, quiero decir que es muy fácil montar un “quítate de ahí, que me ponga yo”. Son “críticas” que raramente apelan al sentido crítico del público. Eso supondría, por parte del crítico, la aceptación de que él mismo y su público lo tienen, cosa muy difícil, y además conllevaría el esfuerzo de mantener y satisfacer esa capacidad para la crítica seria, con argumentación, y eso es muy poco agradecido, y quién sabe si no te sale un listillo que mete los dedos y te obliga a reorganizar y ampliar hasta el hastío tu argumentación. Qué va. La crítica fácil se circunscribe a movimientos mucho más eficaces, basados en el rápido juego de palabras y una cierta habilidad pseudo-humorística que elude la profundidad, y monta en la superficie un espectacular castillo de fuegos artificiales que oculta y hace olvidar, precisamente, al objeto de la crítica. Se dedica a desviar la atención. Vive de nuestra tendencia a vivir cómodamente en la memoria de pez. Los procedimientos básicos en el debate político.

Me siento un estúpido, porque creo que contribuyo precisamente en eso, y siguiendo un simple desliz, despellejo a un autor al que siempre he admirado. Mi intención no era esa cuando he entrado en este texto con su cita. Pero quizás me ha decepcionado su ligereza a la hora de exponer la idea de que ciertas cosas pueden llegar a mantener unidas, en esencia, a las personas. Lo que uno ofrece a los demás, raramente es una broma. Y si lo es, al menos, por medio del tono, lo explicita. Me siento un estúpido, pero no le perdono a Cortázar su estupidez. Yo comprendo que en su ejemplo está bebiendo actitudes de las vanguardias europeas de principios del XX, con su aire iconoclasta, regenerador y provocativo, pero cuando haces una afirmación acerca de la “integración del yo en el tú”, un concepto tan capital, poco va a apoyarte el ejemplo “poesía, TNT, besos”. Es una estupidez de niño pijo aireando melancolía (o arrogancia) porteña en círculos intelectuales parisinos, esto es, descontextualizándose, distinguiéndose banalmente, al tiempo que se mantiene a salvo de los hachazos que llueven en su país. El hambre, la incomprensión, el aburrimiento o el compromiso. La estupidez, a estas alturas, en el contexto de las obras artísticas, es una estética definida que denota una postura ética, ante la vida y ante el propio hecho artístico. Pero esa postura hay que situarla en su contexto, esto es, dentro de lo que cabe, explicitarla, dejar claro si la estupidez que dejas flotando ante las narices de tu público es una forma, un mensaje, un medio o una limitación personal. Supongo que eso se le escapó a Cortázar, allá por los 50, cuando escribió su ejemplo. Y a la vejez, ponte a despejar dudas.

Para no alargar innecesariamente esta queja, que sonará desubicada, impertinente e innecesaria, concedo que Cortázar, a pesar de su trío imposible, poesía, TNT, besos, en realidad, cuando decía “dar algo de uno”, se refería a ofrecer conscientemente algo que parte de la esencia de uno. Supongo que dar un calcetín desparejado, una colleja, un flyer o algo de similar tibieza emocional no nos despertaría a la certeza de la “integración del yo en el tú”.

Lo digo porque es un tema que me preocupa. Encontrarse con el otro, encontrarse en el otro a través de lo que le das, de lo que te das con tu obra. Desde casi siempre he hecho cosas que tienen que ver con las artes. Las hago con la convicción de que son un camino que me acerca a los demás, a saber quién soy, y con la ayuda de los demás, a construirlo. Al tiempo que ayuda a los demás en sus propias construcciones. En ese camino hay trampas y decepción, autoengaño, de acuerdo, pero es el camino más noble y apropiado que encuentro. Es un camino que asume esas limitaciones, que en realidad son mías, y me limpia y me enfoca a lo que de verdad mantiene integrados en un todo a todos los seres vivos e inertes: el amor. Dedicarme a las artes es lo que doy de mí a los demás, es mi manera de construir/me y de dibujar un camino hacia el amor. Hacia ti, en definitiva.

Y ahora que lees, estás en mitad de un camino a medio construir. Es curioso ¿no? El camino para llegar a saber que tú y yo estamos integrados en un todo unificado, el camino que construyo para llegar a ti, no está terminado.

Quizás lo mejor sea este final apresurado, para que ambos mantengamos la sospecha de que, habiendo llegado al final de este texto, todavía falta tu parte en la construcción de este camino del amor que, a ti y a mi, nos ha traído hasta aquí.


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La cita que ha desencadenado esta tibia disgresión acerca de un pequeño desliz de juventud, se encuentra en el libro “Diario de Andrés Fava”, de Julio Cortázar, publicado por Ed. Santillana, Madrid, 1995.

Obvío la página de esa cita, esperando que el lector se anime a leer el libro completo, en el que con seguridad encontrará abundantes pasajes que le aportarán el hambre de leer y de vivir que siempre contienen los escritos de Cortázar.


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1 comentario:

  1. ...no dejes de darte...no dejes de asombrarte...no dejes de crear...preciosa disertaciòn

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