6 de agosto de 2018

ANIMALARIA



Qué querrás tú que te diga, si amé por igual la belleza del trigo calmo y la de la sombra bruna.

Pensarás, como pensaban, con ese mismo burdo vivir desacertado, que por todas partes dejé sin piedad la sombra tras la candela, ceniza, temblor y simiente de mala hierba, pero no. Era sólo el amor, tan colosal, tan lúcido y tan estúpido, que se agarra y entorpece, que te sana con su enfermar, que te desorienta, a ella, a ti, a este con aquella y con uno y con otra de más allá, y tan niña y ciegamente nos pone a todos en el sitio justo en el momento adecuado. Y nos contagió a todas y a todos, aunque mirábamos para otro lado, y nos barajó los bienes y los males, y ensalada de fruta del árbol prohibido. Y ahora dime tú que no llegaste, o que me pasé por tocarte la telita en mitad de la calle, que fue porque me empujaste o me dejé, que fue porque te pareció una estupenda idea si me saliera del alma tropezar contigo.

Me parece que tú y yo, y ella y el otro, tenemos que hablar claramente. Todos juntos, o en subcomisión, sobre lo que a cada cual nos atañe. Tenemos que buscar una luz que nos saque de la agonía del dulce abismo. Podemos echarlo a suertes y podemos ir preguntándole a la piel. Lo que queramos. Lo que podamos, como buenamente sepamos.

Yo por mi parte le pregunté al médico si sabremos cuánto me durará esta borrachera. Si va a tener un final abrupto o el languidecer de un cuchillo que resbala sobre una tostada inocente. Si va a ser que todo tiende a que cada vez más gente acabe recelando de mí, de mis valores dudosos, de mi corazón herido de capricho animal, no sé. Como que empiezo a entender los extremos de quienes encuentran la hora de irse cuando yo llego, y los de quienes entran desvergonzadamente en la cueva a importunarme con su mensaje más inspirado cuando tengo el día más gris.

Sacudió la cabeza el galeno. No llego a comprenderle, alcanzó a decir. Quizá será la edad, que empezó de bien joven a avisar de todo esto. Quizá una verdad, que tan insistentemente le persiste en la sombra. Pero pare y sepa ver el campo más allá del aliento atropellado. Pare y piense que pensando siempre se elige.

Esta noche he soñado con una mujer que me cogía de la mano. He soñado que nos poníamos en camino hacia donde nadie sabía. Y tenía la piel blanca y tierna, y tenía un vestido negro. Y estaba el cielo empezando a llover, y ella y yo sabíamos de algún modo que todo era siniestro. Pero vamos a ver, nos decía un abuelo, ¿por qué un pensar oscuro mientras vais de la mano, si ya eso es acercaros ciegamente a lo que os quiere el corazón? ¿Lo sabes tú? Le decía a ella ¿Lo sabe usted? Le dije yo. Y la tormenta se iba arrinconando vergonzosa hacia el pasado, y la pena se iba quedando con hambre, y en mi sueño el cielo era azul. Eso lo recuerdo perfectamente.

Y me desperté solo, bien temprano, diciendo que mañana será otro día.

Y qué querrás tú que te diga, si amé por igual la belleza del trigo calmo y la de la sombra bruna.

Que quizá será la edad, quizá una verdad que tan insistente me persiste en la sombra. Que pare y sepa mirar el campo con el aliento contenido, me había dicho el doctor.

Jag.
24_6_18



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