22 de noviembre de 2018

EL AGUA SIEMPRE


se está moviendo en ríos y nubes y océanos que se van evaporando. Y a pesar de toda esa intranquilidad, todos sabemos más o menos hasta dónde llegan las mareas o la bajamar, dónde situar la manga larga y cuándo abrir o cerrar el paraguas y la sombrilla.
He pensado que no escribo ficciones porque no me siento con fuerzas de aventurar alegremente cómo son, desde mí, una mujer, un hombre, un cataclismo, una crecida o la presumible convicción de selva contenida en el embrión de una lenteja.
El agua siempre se está moviendo, pero siempre sabemos chispa más o menos por dónde va a ir la cosa. Por eso, aunque no aspiro a saber quién eres, no dejo de empeñarme en decirte quién soy, qué siento, qué me parece cuando te miro, cuando te pienso o cuando descubro que conmigo te llevo a donde voy, tan natural o sorprendentemente, desde hace tanto tiempo. En eso hay la mínima especulación posible.
Yo sé que ni tú ni yo podemos hacer gran cosa sólo con lo que yo digo que siento. Pero en estas horas de bruma, agitar esa banderita es lo único que, ante ti y ante mí mismo, me distingue de ese todo gris que aspira a engullirnos. Y si puedo encender, para ti, para mí, un mínimo resuello eléctrico, pues ya me siento como más honesto con la vida.
Como que estoy, atrevida y humildemente, poniendo mi parte.
Jag.
12_11_18


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