Pues por la luz o la tiniebla que hallé o perdí, me crié
imaginando que la vida era un plano general contrapicado subjetivo en la amplia
avenida de una gran ciudad, con iluminación natural para una tarde cualquiera
de una primavera amable. Se vería un cielo azul con algunas nubes limpias
pasando con despreocupación, y fachadas de grandes ventanales a ambos lados, de
los que saldrían cientos de preciosas manos femeninas que con pasión anhelante
lanzan sus bragas a mi paso. Delicadas bragas de encaje, cayendo hacia mí, a
cámara lenta, cada una con su delicado aroma y temperatura, sin complicaciones
ni malos rollos entre ellas. Buenas bragas vecinas que vuelan suspirando porque
saben que YO voy por la calle, todas ellas ilusionadas por los aires de la tarde,
recortándose sobre las hojas verdes de los árboles de la avenida, que son como
un decorado tímido que se mueve sin ruido detrás de esa hermosa sinfonía de las
transparencias y los lacitos, de los encajes, filigranas, elásticos y vivillos.
Tío, todo es flow y corazón acelerado
y sabor triunfal en los labios cuando la vida es promesa y se pone de tu parte.
Encuentras una fuerza que no te cabe en las manos y te desata la cabeza, porque
el mensaje inequívoco es que HAY AMOR PARA TI, hay amor como para bloquear con
bragas de todas las tallas, con sus cúspides, mesetas y bajadas la gran avenida
de una gran ciudad en una tarde de primavera.
Y al mismo tiempo, quiero decir simultáneamente
con la imagen de la secuencia que yo soñaba que podría ser una vida estimulante
(o al menos una parte localizada de
mi vida), al mismo tiempo, la toma tiene una banda sonora que aleje al
espectador de la odiosa y facilona idea de que la secuencia sólo pretende
ilustrar una fantasía lúbrica. Una banda sonora como de película europea
independiente que hable de pasiones y/o sentimientos. Un número contenido y
vigoroso al tiempo, que no caiga en lo solemne e ilustre a las claras que a
pesar de mi imperfección y mezquindad (también las del espectador), a pesar de
mi pobre y mísera humanidad, vivo bajo la posibilidad de que el Universo, en un
instante, ponga todos sus mecanismos y avatares de acuerdo para que yo sepa,
para que todos sepamos, que merecemos el amor. El AMOR con mayúsculas. Y esa
banda sonora, a su manera, me sume en un profundo estado de bienestar, de
comunión con el mundo, mientras a cámara lenta van cayendo las bragas. Esa
banda sonora desnudaría en pantalla mi pulso cardíaco, amablemente
condicionado, hablaría del nuevo ritmo de mi respiración, del tacto amabilizado
del aire al rozarme el cuerpo, de la presión deliciosamente aligerada de los
pies al contacto con los adoquines o las hojas caídas sobre el asfalto. Todo,
en fin, subrayando una imponente verdad como de estatua clásica de mármol: que
es EN LA VIDA NORMAL de alguien como yo, donde yo mismo puedo encontrar mágicos
ingredientes, alimentos maravillosos para sentir que seguir vivo, mientras me
corresponda, es la mayor expresión de la poesía, el más digno, estimulante,
completo y esperanzador de los logros que puede alcanzar un ser humano.
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