4 de marzo de 2013

EL TEXTO CELESTE.


Hoy, paseando por Santa Caterina, en un contenedor de reforma, me he encontrado un montón de azulejos celestes.

He ido corriendo a casa a por una mochila grande, he bajado los escalones de dos en dos, he vuelto allá, he llenado la mochila hasta la boca con esos preciosos azulejos, he regresado, excitado, a la casa, he calentado una olla de agua para ducharme, que el calentador pues no me funciona, mientras el agua se iba poniendo a una temperatura de hacer lo posible para no caer enfermo, he visto a miles de mosquitas fruteras que revolotean por toda la cocina que me ponen de los nervios, he observado además que siempre se posan a cagar en la misma esquina de la cocina las muy putas, me he duchado, me he secado con una toalla llena de agujeros (no por mi voluntad), he preparado un revuelto de espárragos que se ha quemado un poco bastante mientras enviaba tres mensajes y llamaba a una chica a la que le han dado una beca (en estos tiempos) que para mí está muy bien dada, me he comido el revuelto, aunque no me ha quedado como para haberle hecho una foto, ni para dárselo a un niño chico, y mucho menos para demostrarle a la mujer que amas que eres un buen hombre, he bebido agua con muchas ganas y me he ido a acostar.

Así, ahora, como muy livianamente, te digo que soy feliz, aunque no importe lo más mínimo justificar o explicarle a alguien los entresijos de este estado u otro cualquiera. Tengo la barriga llena, huelo a desodorante y leo a Céline. En el lado de la cama donde podría haber una mujer preciosa haciendo todo lo que estuviese en su mano para que ella o yo o ambos dos nos sintamos felices o derramemos lágrimas de sangre, tengo mi cuaderno de notas y otros libros preciosos excitantes esperándome.

Mira, no explico más, que mañana me levanto temprano. Sólo quería anotar que soy feliz, bobamente a secas. Me duele la espalda y he puesto la casa perdida de cascotes de yeso, la nevera se va vaciando y la cartilla, desgraciadamente, es más de letras que de ciencias, pero pienso, mirando al techo, en los celestes de Santa Caterina y me voy quedando dormido con una indescriptible sensación de paz y satisfacción. A este paso, me temo que voy a dejar de creer en una felicidad más inteligente.


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