24 de junio de 2021

CREPÚSCULO DE LAS CARICIAS

 



Esta tarde ha caído delante de mi una hoja de algarrobo. Estaba caminando sin razón y sin tiempo, mirando en silencio la caída hacia las sombras. Empiezan a hacerse notar los bichos, cuando todo va silbando hacia lo oscuro. Se escuchan trinos, se entienden acechanzas, y lo vivo y lo muerto, en esa hora en que se cruzan en su paso hacia su devenir natural, tienen una misma calidad de gris, quizá uno con tintes de vigor y otro con suspiro de podre y cansado, pero igual de pardos. Se confunden. Una parte del rumor de la acequia ha venido en mi ayuda. Las yerbas, que se estremecen por dentro por la quietud, y sucumben a una brisa pobre, como un mimo amateur, han venido en mi ayuda. Este silencio de gente. Los perros vecinos lejanos, que marcan los dominios de sus amos, han venido en mi ayuda. Las ranas croando en la alberca, las botas crujiendo en la tierra reseca del carril. Cuántas cosas entiendo que han venido en mi ayuda, pero yo no estaba preparado.

Ahora aborrezco darle aire y tierra y espacio a lo que me voy encontrando por dentro. Me duele y me avergüenza ponerme al pie de un monte en un crepúsculo de mayo, y que parezca un poema. Ella vino a mirarme a los ojos y yo no estaba preparado. Fui a preguntarle por qué, y cuándo y de cómo, y yo no estaba preparado. Dormir solo y desear, y tocar con un dedo del alma, y preguntar por todo lo que ocurría. Mirar, respirar despacio tan cerca de su herida, y el silencio, y el frío, y yo no estaba preparado. Encender un amor sin condiciones, amar en vacío, asumir humillación, dureza y menoscabo. No estaba preparado. Amontonar las piedras, acumular los besos, encoger los dedos que no encontraron la caricia. Yo no estaba preparado.

Cae la noche y pasan los bichos, doy vueltas y este dolor continúa.

Huelen las flores todavía, y amo las maneras de amor que han venido a ayudarme. Pero acaba de trabajar el día, y estoy levantando una flor sangrante, me miro la mano verde, y todo es como una mujer inmensa atravesada pequeña en la garganta del zapato.

Otra vez ese no saber dónde meterme, otra vez decirme qué hago con esa angustia infantil que me llevo a los campos, llegar a una zona decente de silencio, caer delante de mí una pobre hoja amarilla de algarrobo, y saber que yo no estaba preparado.

Jag.
15_5_21



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