21 de febrero de 2018

FUJI 0,90


Quizá no soy el hombre que te enciende si te pido no me dejes solo.
Y a lo peor no tengo el acento que te eleva ni el verbo que tu entraña holla. Y no ha servido de nada verme temblándote y a punto de caerme redondo ante el atisbo de una mínima atención tuya. No ya un ánimo, no ya una conciencia pequeña de saberte constructora como mínimo de lo que me queda del día.
Y me rechinan conjunciones completas de cartílagos, se me desmontan gestos ofrecidos y voluntariosos que echaron el primer pie a lanzarse a saberte, a explicarme de tu alma el recoveco.
Y la sonrisa se me acabó quedando sin aire, y se me fueron agotando los inventos que me alentaban a curiosearte.
Quizá mi negrura tiene razón.
Quizá no soy el hombre que te enciende si te pido no me dejes solo. Pero no tengo doble fondo ni trastienda desde la que construir decorado para engañarte. Quizá no va a servirte mi temblor, mi amar balbuciente, mordisco de pasión diente de leche, y qué te hago.
Y qué te digo, desde el fondo de mi caída. Qué te doy desde la remota luz que te tengo tan adentro y que tan inadvertida te pasa.
Quizá todo esto está hecho de una naturaleza truncada, quizá estoy en la resulta de una equivocación que adopté por mascota en un tiempo inmemorial, de cuando leía mis primeros libros, y conmigo se ha ido haciendo grande como una estrella imponente, como un demonio invitado, como una sombra acostumbrada que a todos sitios me acompaña, y se me solapa y me usurpa cuando me pongo delante de la gente a la que sin remedio empiezo a considerar una flor en mi vida, un tesoro inexplorado, una montaña inexpugnable en la que sentirme de pronto fuerte y querido por la respiración de las constelaciones, por la mecánica de los destinos entrelazados, los ecosistemas que sonríen al unísono y la paz ansiada desde siempre por el mundo.
Al amor sencillo me refiero. Y quizá precisamente por eso, algo está mal en mi cabeza, en la apreciación que hago de la vida. Quizá sólo estoy equivocado en algunas disyuntivas vitales, y pierdo por momentos la serena convicción de que sin saber profundamente de ti, ya puedo amarte sin miedo, porque conmigo te está amando toda la vida, que te conoce como la palma de su mano. Quizá esa tranquilidad de amarte desde mi más recóndita hondura hasta tu profundidad más oculta, porque estamos hechos de la misma caricia de la tierra, que colma de gozo vegetal la ladera de los volcanes.
No puedo dejar de pensarte yegua. No puedo dejar de pensarte con hambre, pese a todo.
Quizá todo eso, y quizá llego a pensar que me he visto insuficiente demasiado pronto. Quizá debería haber persistido en pensarte falta de paso y de aliento. Falta de imposible y de pálpito. Falta de locura, de ingenuidad, de delirio. Falta de mi, y de mi arañazo.
Quizá llego a pensar que te falto si pienso que no soy el hombre que te enciende cada vez que en silencio rezo para que no permitas que todo lo tuyo se me marchite.
Que te falto, en realidad, cada vez que a mi modo te pido que no me dejes solo.


Jag.
10_2_18


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario