7 de febrero de 2018

ES TODO REDACCIÓN



Pues no están tan lejos los días en que me iba a caminar por el campo buscando como un aire que no tenía. O más bien: sabiendo que ese aire siempre ha estado en mi, y probaba a saber que todo consistía en variar los itinerarios de mis días e intentar tomar una senda que me alejara de la lectura negra, del suelo encharcado, de la debilidad de los cimientos del alma, las ventanas maltrechas hacia la gente, las manos dudosas para el gesto, y esa sonrisa bovina, contenida, dependiente y expectante, doblegada a la extraña posibilidad de un repentino viento favorable que me iba a llevar, alineados los astros, hacia tus brazos.

Sentía que esa era una manera peculiar e infalible de encontrar tu mano de cara, tu gesto de mi parte, tu posibilidad que me sale al paso y me saluda amablemente y me dice que descanse.

Me canso.

Me canso de vivir escribiendo mi cuento yo solo. Me canso de encontrar pistas de evanescencia en los inicios de un encuentro que yo me he inventado. Tantas, tantas veces desgranando argumentos en conversaciones posibles que nunca aterrizan, y lanzados hacia unos fines que sólo yo escucho y no entiendo. Me canso. Hay cosas que definitivamente no son para vivirlas solo.

¿Sabes cuánto duraría nuestro abrazo si por mí fuera?

¿Sabes cuánto de mí dedicaría a saber de tu olor, si por mí fuera?

¿Y de tu sabor, si por mí fuera?

Me duele todo lo que se parezca a claudicar. Me duele mi negrura que me cierra tu paso. Me duele tu opacidad. Tu dejada timidez. Tu falta. Tu aire distraído. Tu azúcar y tu sal, cada cual en su lugar correcto, ordenadas en tu estante. Me duelen. Me duelen.

Y todo silencio. Y todo dejado de la mano de una alegría vana. Todo adornado hacia lo siniestro, resignado a la dolorosa lógica que arrastra a todas las cosas hacia su fondo, hacia el suelo duro, hacia la noche que no va a despertar nunca.

Yo me callo siempre, y todo está siempre confuso.

Yo me callo siempre, y nunca sé dónde voy a poner el huevo.

Me callo siempre, y por el camino hacia casa, en mitad del frío inclemente, me van asaltando planes infalibles, tipo tengo que comprar sin falta tres colores bonitos de cartulina, o nunca sabré qué tengo que hacer para que me quieras como la gente que se da repetidamente besos incontrolados por la calle, aunque haga un frío que te deje los labios al borde de la muerte, o haga un calor pegajoso del carajo. Planes generosos, tipo tengo que hacerles fotos a las hojitas de algarrobo que se me están secando en la mesa, o nunca más voy a tener de ti ni un solo gesto amable.

Es todo redacción, amor mío. Tengo que amar y punto. Y no dejarme llevar por mi torpe gusto en acabar pensándote desde presupuestos básicamente desastrosos, tipo ya hemos llegado a nuestra máxima profundidad o intensidad. Como que tú ya sabes hasta dónde llega el saber lo que yo te quiera, que a partir de ahora todo esto va a ser poco menos que deslizarnos sin control por una amable infinita llanura templada, sin mayor aventura o alegría o sobresalto. Como que nosotros vamos a sernos una mutua compañía tibia que va a ir frenando hasta poco a poco ir quedándose sin aliento, inmóvil, perdida en mitad de la normalidad de este mundo cobarde.

Esas cosas que me dan absoluto terror y me sueltan la barriga.

Esas trampas que me acabo poniendo tan naturalmente en el corazón, que me alejan de ti como posibilidad, superponiéndose con ruido a mi pregunta de por qué no va a ser posible de alguna manera contigo.


Jag.
7_2_18


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario