21 de febrero de 2018

ES QUE NO TENGO ROPA DE DIARIO



I.
¿Pues tú sabes lo que te digo? Que en este escrito paso de ponerle un signo a la expresión de mi estado de ánimo. Viendo en conjunto lo que voy escribiendo a partir de haberte encontrado y mirarte con cierto sesgo-que-se-me-impone-no-sabes-tú-cómo, encuentro que mi actitud es como de reverencia, y creo que eso a ninguno de los dos nos conviene. Creo que esto a ti te va a dejar demasiado expuesta a las infalibles trampas del halago, que acaba haciéndonos resbalar peligrosamente hacia el envanecimiento. Y eso a mí me acabaría pesando, primero, por excitar inútilmente la vacuidad en tu belleza, que sólo la entendería generosa, imparcial y activa, y segundo, porque me hundiría saber que por mi mano va a cambiar la temperatura de tu espíritu tan sólo actuando en tu autoconcepto, favoreciendo que con banalidad te pienses simplemente admirada, sin aportar en nada a un crecimiento en tu vida. Que yo te mire así como te miro, no es para decirte lo que ya sabrás, ni para formar parte de ninguna colección.
Tampoco me anima precisamente releer todo lo que sin que tú sepas te escribo, y comprobar que, con las presencias, con los escritos, ni tu actitud ni la mía evolucionan ostensiblemente. Y más inútil me siento. Más incapaz en los medios que finalmente estoy poniendo para que tú y yo acabemos hablando.

II.
Al final, "Vitamina" me está pareciendo una especie de libro plano que sólo viene a decir de mi curiosidad y de tu falta, simplemente. Con tu actitud marmórea, de ahí no salgo, por mucho que me invente. Esos textos, uno a uno, tenían su sentido en el momento de hacerlos. Pero con esa colección no puedo dejar de pensarme como un árbol metido en un macetero de forja, colocado por un alcalde cualquiera en la boca de una calle para evitar que un camionero con todo perdido brinde al gobierno una estupenda cortina de humo sangrienta, que nos haga hablar de cosas bien distintas a que estamos gobernados por mafiosos e ineptos, votados por una dolorosa mayoría de pobres ignorantes.
No quiero que "Vitamina" sean escritos de género. No quiero que me confundan con un receptor de los suspiros de la gente. No quiero adhesión facilona. No quiero admiración vacía ni consejos de suficiencia.
Escribo estos textos sólo por la insatisfacción de no poder vivirte de otro modo.
Así que ya ves qué panorama más tonto tengo. Embarrado hasta el cuello en modos y actitudes de otro siglo. Conquistar es contra la voluntad, y cómo te podría mirar a la cara entonces. Seducir es contra la inteligencia, y qué me estaría interesando de ti entonces. No quiero textos de género en Facebook que interesen a lectores de reality, que arruinan la posibilidad de la poesía en su apreciación banal de los argumentos. Voyeurs sabidillos que confunden el erotismo con el calentón.
Miedo del todo, y rechinar de dientes.
Estoy delicado y dañino como un cablecillo despellejado al aire, pero ya casi no sé qué decir, ¿sabes lo que te digo? Todo va a ser para mí un dejarlo pasar mirando a otra parte. Hasta que todo esto se cumpla o yo me gaste.

III.
Desde siempre he entendido que esto era Hola ¿quién eres? ¿cómo estás? Hola, estoy aquí para darte lo mismo que tú tienes para mí. O que pienso que tienes para mí, o que ojalá que tengas para mí, yo espero (de esperar y de esperanza, al mismo tiempo), que andemos juntos en esto, con esto entero llevándolo a medias, entre los dos la carga, quiero decir, entre los dos el gozo, la alegría, el trabajo, quiero decir, si a ti te parece bien. Yo quiero. Que lo sepas.
Aunque soy propenso a levantarme un dia cualquiera y saber que cualquier día como hoy mismo, puede ser el día de no puede ser.
Por la calle me asalta el pensamiento aferrado a la boca del estómago de ese amor que tampoco. El de ya te lo he dicho todo y no va a pasar nada. El de todo va a quedarse en un suspiro sin causa. El amor sin futuro que no espera resolución. Ese que no puede ser.
Meto la mano en el bolsillo, y aprieto, y no hay nada.
Un libro puede ser tan corazón,
tan para siempre.
Un libro, y más de un libro
pueden ser cómo.
Y decirnos a ella y a mí la manera.
Y puede ser no encontrar tu palabra,
que no me digas nada
en toda la tarde,
que yo esté cansado
decepcionado de vivir,
sin épicas baratas ni estertores,
apasionado y solo,
y que un zumbido metálico
se sienta tan a gusto
en mi cabeza.
Puede ser.
Puede ser tú misma,
ser cualquier por favor,
antes de mí no te mueras.
Puede.
Y lo de antes de un de nada
que se hunde para siempre eternamente.
Puede ser.
Aunque me achico y reconozco que se me encoge con ella el brazo decidido. Y como que domo el ansia y el acto me flaquea. Que no tengo derecho a amarla impunemente. Y me callo y me lo guardo y no doy un paso más aunque todo esto me esté mordiendo por dentro y la vida pase para siempre. El alma desaparece y la montaña tiembla. Y me voy resignando por el camino, y me digo que no es amor lo que siembra dolor y discordia a cambio de un momento de dulzura.
Pienso en ella y me digo quita.
Pienso en ella y me digo pasa. Y sigue adelante. Mira más allá de lo que sientes, y mantente honrado. Ofrece el amor tan sólo mientras puedas permanecer leal, honesto. El amor puro es limpio, valiente y ofrecido. El amor es generoso, jovial y profundo como un niño. Pasa. Sigue adelante y no hagas para que todo se pierda.
Todo es aburrido y lógico, tan como siempre. Contenido y prudente, aunque a ver cómo se le explican estas cosas al corazón, que sólo entiende la verdad desnuda a través de los ropajes. El corazón, el que todo lo cuida en su talla y nunca posee. A ver cómo se le explica de tanto suspiro, de tanto rayo de sol desperdiciado. A ver cómo lo hago. Y tanto abrazo que se alarga, perdido y mordiéndose los labios. A ver.
La vida se está yendo, ya lo sé. Que ya no aprieta tanto mi paso, ya lo sé. Y mi mano, que ya no calienta tanto como antes.
Pero esa trasnochada honradez que me ciega los caminos para hablarle.
Y me pregunto, si además claudico contigo, ¿volveré algún día a las ganas? ¿a las ganas verdaderas?
No lo sé. Yo sólo quiero hacer honor a la vida, e intento poner el amor en todo, pero no siempre me parece que esté saliendo bien.

IV.
A este paso, se me escapa el bus, y tengo que salir pitando, aunque el móvil no ha cargado del todo. Por el camino me para un amigo de hace tiempo, preguntándome por los libros. Hemos cambiado dos veces de teléfono y de novia y de trabajo, de libro y de suspiro. Y está bien que hablemos. Te hago una pitada y nos tomamos algo más tranquilos. Vale.
Aún así, no logro resistirme a pasar para verte aunque sea un poco. Entiendo que no va a servir de nada si no tiene que servir de nada. De todos modos, yo tengo que ser yo, aunque tú no sepas nada de mí, ni de ti en mí, ni de mí contigo en la mente el corazón el cuerpo. Y total, para claudicar y decir ya no puedo siempre hay tiempo. Siempre puedo construirme un protocolo amable que me diga que en la más absoluta oscuridad es donde más brilla una estrellita. Que siempre hay una lucecita encendida, etc, y así me va.
Entro, y mírate lo preciosa que siempre me estás. Contigo siempre acabo poniendo una prórroga generosa al momento de nunca más. Y me digo que tengo que ponerme a tiro por si algún día se te escapa una pregunta que yo me muera de ganas por contestarte. Otra vez. Otra vez pisando tu suelo recién fregado. Otra vez. Otra vez alejándome de Faulkner y de los grandes. Otra vez detrás del simple pálpito. Otra vez hasta luego-hasta luego. Otra vez dándote la espalda ardiendo. Otra vez pero cómo voy a decirte cuánto me gusta tenerte delante aunque tan sólo sea por un momento. Otra. Otra vez, que siempre es una vez más desde que empecé, y una vez menos hasta no sé cuándo. Quizá el desengaño. Quizá la rabia. Quizá miopía, fuerzas de la Naturaleza, simas, desbordamiento de los ríos, explayarse de los océanos de arenas ardientes del desierto hasta las mismas puertas de mi casa. Yo no lo sé. Ay, amor, que se me hace tarde, y ahí te quedas. Todavía no sé cuánto me llevo, cuánto te dejo, de lo que de mí no quiere separarse de ti.

V.
El aire está frío. El sol, tan claro, casi obligado se sostiene en vilo. Tan tibio, tan sinsangre y engañoso.
Y en qué voy a poner yo ahora la furia y la belleza arrebatada que tengo escondida en las entrañas.
Voy por la calle con prisa renqueante. Y estoy pensando que lo más inteligente es que quiera algo más que tener algo contigo.
Por la calle, un hombre con un gorro de papel habla con la boca llena en la terraza de la churrería. Y seguramente hay algo de mí en eso, aunque malditas las ganas que tengo de desmenuzarme.
Sigo por la calle y qué curioso, debajo de un sombrero extravagante, una antigua alumna me dice quiero leerte los poemas de mi libro, le digo vale algún día, me dice ya sabes que estoy aquí para lo que te haga falta, le digo que sí y me he puesto a lavar la manzana en la fuente. Y mientras pienso ay, tengo que descansar de todo esto. Muerdo. Muerdo y me callo y te recuerdo. Muerdo. En el solar de al lado de la Estación Provisional de Autobuses de mi pueblo está tirada la estructura metálica de un carrito de bebé. La hierba alta la invade, la sostiene, y parece el trono de la Virgen del Rocío y olé. Basura y vergüenza, mientras viene el autobús. La gente se acumula en la marquesina. Y muerdo. Otra vez.

VI.
Por el camino, parece que los almendros se han puesto a chatear con los desagües de Fukushima, y están floreciendo a conciencia, a primeros de febrero, en cuanto el temporal se ha sentado a hacerse un cigarrito.
Me sale una letra tan bonita ahora, no te la podrías creer.
Por el camino, urbanizaciones interminables de gente que sólo pisan de noche su casa, porque tienen que pagarla. Las mejores horas de sol, para el jefe. Ay, otra vez te me has movido por dentro, como una punzada. Yo te quiero hacer una foto en el mostrador.
Por el camino, al fin alguna pintada buena.
"Llámame sin ll".
"Mi amoto es léstrica", en la desembocadura del río.
Pero no puedo seguir escribiendo en el autobús. Me ha dado un sudor frío que casi no puedo sostener el bolígrafo. Tengo que quedarme con las ideas, o ya verás tú la que voy a liar yo aquí. ¿Llevaré una bolsa suelta en la mochila? Sí. La recuerdo. Tengo que cerrar los ojos ahora. Respirar despacio y hondo. Apoyar la cabeza en el cristal frío de la ventanilla. Me viene bien. La radio, acariciando toscamente, I'm gonna feel the heat with somebody, perdón señor, ¿está ocupado?, I'm gonna dance with somebody, amabilidad en mitad de este mareo de la muerte, no, siéntese, por favor, with somebody who loves me, muchas gracias.
Qué sencillo parece, Dios, todo de pronto.

VII.
En la ciudad, he comido en la casa de la alegría. A ver si. Minutos antes, he abandonado a su suerte una sudadera rebajada a punto de extinguirse. No pude evitar pensar que lo mismo me habrías encontrado guapo con ella. Pero no la necesito, realmente. En la puerta habían tirado un puerro.
En la ciudad, faldas que parecen cortinajes en rosa sucio terroso. La felicidad ansiosa de los turistas de fin de semana, atravesando la felicidad igualmente programada de una boda en pleno centro. Modernez impostada de las chicas y los chicos del extrarradio, concentrándose en manadas a las puertas de los vomitorios de los centros comerciales. Disfraces de Songoanda, de pistolera, de policía sexy, de Puigdemont. Niñas y niños vestidos como espectros, con pelucas excesivas que darán alergia, me apuesto un huevo. Madres de hojaldre a punto de desmoronarse. La felicidad. La realización. El tiempo libre. El equilibrio. El amor. Mi ciudad va cogiendo dolorosamente los vicios de la tiabuena de la clase: ellas la envidian en secreto, ellos la desean abiertamente. Pero casi nadie le habla. Porque nadie aguanta su altivez, su soberbia, suficiencia y manía persecutoria. Mi ciudad, vestida de aspirante a perla del Mediterráneo. Dios qué desastre, no aprendemos. Por dónde irán ya los alquileres.
A todo esto, ya he comprado cinco libros, y no tengo ganas de ver exposiciones. Me estaba meando y he tenido que entrar a tomar un té. Una solución forzosamente diurética. Tiene cojones este puto primer mundo.
De camino a la estación, corazoncitos de cartulina roja en una valla, para apuntar lo que cada cual quiera. Me reía yo solo, soportando el peso de mi floja determinación de dejar de cargar las tintas con lo que te voy diciendo. Mi falta de espíritu para dejar de ir a verte.
De camino a la estación, me martillea que en San Juan, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz.
De camino a la estación, en uno de mis libros, que la retirada es parte del combate. Y miedo me da, dos veces. Porque yo sigo sin saber a qué acudir ni de qué apartarme. Ni cómo, ni cuándo, ni adónde.
Y mientras, sigo solo, en esta vida que pasa.

VIII.
Sigo buscando esas cosas que tengan algo de talla o algo de aire, para estarme más tranquilo contigo. Pero no puedo esconderme de que cada vez que he pagado, en el fondo de la cartera centelleaba un tíquet de compra que tú me diste un día que no recuerdo. De pronto, algunos días después, limpiando mis cosas, me dolió la idea de desprenderme de ese tíquet que tú me diste. Y así hasta ahora, que sigo irracionalmente persiguiendo alguna señal de que tienes algo para mí.
Todo el día mareándome, en todos los sentidos, porque me pusiste el cambio en la palma de la mano con tus uñitas francesas, y detrás inmediatamente tus dedos, y subí a escondidas por tu brazo hasta tus hombros, rodeé el dibujo de tu barbilla, y me apresuré por precaución en tus labios, empecé a frenar en la nariz, me detuve un segundo eterno en tus ojos: gracias, hasta luego. Y me he echado al mundo a quitarme de todo esto.
Pero tampoco puedo esconderme de que todo lo que miro en el mundo tiene tu color. Y no sé cómo eres, ni cómo seríamos sumados uno o uno y lado a lado. Quizá será una equivocación. Quizá decepción. Quizá el conflicto, el dolor de siempre, nuevamente.
Pero siempre que te hablo o te veo, todo es más bonito, incluso cuando sólo estás en lo que escribo.

Jag.
11_2_18


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