23 de octubre de 2019

PEQUEÑO AGUJERO DE SALIDA PINTADO EN UNA ESQUINA CUALQUIERA DE UN LIENZO DE GRANDES DIMENSIONES


No es sencillo acabar escribiéndole al querido amanecer que nunca va a llegar. Escribirle y darle razón de pensar que le escribo por manosear la desesperanza que me hice en mi noche oscura. No es sencillo hacerlo, y no importa demasiado el tiempo ni el aliento que haya dedicado a educar mi fe, a darle de mamar todo lo que tengo y buscaba, ponerle la fuerza, la convicción que no sabía que había de encontrar, quitarme de la boca el alimento para darle. No importa demasiado todo lo que di, lo que hice, lo que acabé siendo, si es que todo estaba por desembocar en este sinsentido. Más que eso, decirle que le escribo desde una alegría que se deshizo del peso del dolido orgullo por arrastrar la vida en esa equivocación fatal. Escribo desde el campo vacío que tengo por criar con nada ahí perdido y tirado en el centro de mi pecho. Escribo desde la alegría que transpira el saber que nada tengo que ganar, que no tengo que perseguir algún prosaico aliento de utilidad en algo de lo que haga ni en lo que soy. Que es inútil todo, menos mal, y que no hay debate cierto ni horizonte digno en esperar o perseguir al querido amanecer que nunca va a llegar.
Así que esto es sólo un arrebato gratuito de esa alegría sencilla de encontrar por fin el descanso. Descanso de ese suponer de contino que debo tener un olfato raro. Descanso de tanto intentar explicarme por qué es que nadie a mi alrededor está buscando como loco, como yo, una esquina recogida en la que vociferar una arcada por el aire pútrido que hemos naturalizado en este mundo zopenco y miserable. La alegría de aceptar por fin que estoy solo en esa exquisita consideración de lo que la comunidad está asimilando en su normalidad. Antes que juzgar cuánto habrá de necio o de frío en esa sangre que mueve al mundo, antes de dejarme caer ocioso en dolerme por algo que no está ni salió de mi mano, antes que relajarme y reventar las tintas, quizá decir tan sencillo que yo no soy normal. No, no soy normal, y no siento vergüenza por ello. No soy normal y tampoco encuentro orgullo en ello. No soy normal y no hay nadie, pues, con quien compartir la carga, y no hay nadie con quien reir el chiste.
Quizá es que haya llegado ya el querido amanecer para todo el mundo y yo no me he dado cuenta. Quizá es que yo no estaba preparado para la luz de ese nuevo día, y no lo entiendo, y no me entero, y no lo disfruto.
He perdido la parte bella de mi sonrisa, y eso no es una lectura. He perdido la parte de sonreír para construir algo porque imaginara que algo de todo eso que veo estropeado y con aseguranza de derrumbe tuviera algún remedio con la sola presencia de mi sonrisa. Las esperanzas he perdido. El amor elemental. La armonía para con mis semejantes estoy viendo que he perdido. Y nada debo temer por mí ni para otros, pues sé de seguro que no haré por molestar, y hacia dentro estoy afilado. Yo me voy a ir dejando sin ruido.
Yo sólo quería decir, querido amanecer que nunca va a llegar, que ya he sentido más de lo admisible cómo la vida se regala a los indignos, cómo la mezquindad se establece y encuentra acomodo en los lugares donde debía vivir lo intachable, en la voz que dice lo que todos escuchan lo que debería ser, en el corazón que guía el latido de cada uno de los pasos hacia lo cierto. No amanece para mí, pues la nobleza vive indigente, burlada y perseguida. No amanece para mí si veo que todo lo que debería ser el alimento de la vida vive de migajas. Y así todo ha de crecer hacia lo mezquino. No amanece para mí porque todo lo que yo entendía que debía ser para vivir es para llorar. No amanece, pues así es como hacen el mundo, y el mundo sigue así adelante, y aún así, sin amanecer, a su través y a sus espaldas está creciendo, como un potrillo sutil de aire frágil, mi pobre silenciosa alegría verdadera.
Estoy solo en mi risa, y no me importan los que vanamente se adhieren o se contagian. Estoy solo, aunque multitudes se cuelen en mi foto. He perdido la belleza que la normalidad entiende. Me ahogo y me cago sin querer en sus formas. Me muero de arcada desde tiempo inmemorial, y hoy sé que desde niño me estoy corriendo de asco cada vez que me ponen cara de interés cuando suponen que están compartiendo conmigo mi mensaje.
Mi canción no es para este mundo.
Mi canción es para saltar y explotar porque en esto nací, en esto debo vivir, y de esto no puedo irme.
Mi canción es más que nobleza y lealtad y compañía.
Mi canción no es para mí ni para otras ni otros.
Mi canción es para nada, porque es alegría sin nombre y sin familia. Es alegría sin talla y sin color, sin peso y sin horizonte. Es alegría sin beso, sin abrigo, sin papel, sin casa y sin comida. Sin abrazo, sin aliento ni respiro.
Mi canción no es de letra comprensible, pues sólo es para las niñas y los niños.
Mi canción yo no sé cantarla. Y solo en mi oscuridad, en mi lealtad, en mi vana compañía, afilándose hacia dentro, es para que yo solo sepa que no soy como vosotros.
Jag.
30_9_19


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario