14 de abril de 2020

Día 26 del confinamiento,


Me pregunto: las personas que se han forjado a conciencia una imagen de inaccesible inalterabilidad, también una actitud de inalterable inaccesibilidad, y para ello a lo largo de su vida se han ido construyendo una pose y vestuario de gravedad y exquisitez inalcanzables para el resto de la llana y básica humanidad, esa gente que consigue mantenerse callada -qué digo callada: circunspecta- en situaciones de desequilibrio y ansiedad evidentes, y logra asimismo mantener intacta su aura de opaco misterio, procurando a toda costa evitar pronunciarse, airear sus emociones, esa gente silenciosa que se ocupa de aislarse en el profundo centro de su velo neblinoso para mantener viva la confusión entre lo sagrado inviolable y lo tímido insustancial, esa gente, digo, que con la boca cerrada, el gesto adusto, contenido, distante, glacial, no hace más que proclamar a su manera hermética la pertinencia de su visión por sobre la apresurada opinión del resto de la raza humana, que necesita de su propio silencio y del tuyo y del de todo el resto de la gente, y marcar distancias con la totalidad del mundo sensible en pro de la paciente elaboración de un mensaje conciso, lacónico, certero y contenido para donarlo al mundo en aras de la luz que merece, por su mano, un porvenir renovado o al menos esperanzado, esa gente a la que me refiero, ¿cómo se lo estará montando ahora, encerrados en bata de los reyes o en pijama del dunestores, rodeados tan prosaicamente de su gente de cercanía carnal, que se saben de memoria las causas, los contenidos y procesos del insoslayable destino que (los primeros) han elegido y les consume, y sufren a diario las consecuencias de su estúpido rollo posturoso inaguantable de siempre? Ahora que llevan encerrados casi un mes con gente que les conoce de sobra ¿Qué puede hacer esa gente con sus máximas, si cada vez que les ven intentando abrir la boca, lo mismo les sueltan un mochazo?
Jag.
8_4_2020



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