7 de abril de 2020

SIMPLE NOMBRE DE LA COSA



Hola. Es nada. Sólo que si de alguna manera elemental sé que es hacia la nada que se hace camino al andar, también supongo que debería saber que es bien improbable interesar a alguien con ruido redactado, en cuya alma ya sé desde su principio que resuena un majestuoso nada que contar. De alguna manera elemental sé también que de no ocuparme en esto, estaría haciendo el tonto en otra cosa, incluso en alguna que fuese dañina para la gente, aunque claro, ya podría ponerme más serio, y esforzarme en, pero bueno qué más da. Así dejo consignado que hago el tonto lo que está y lo que no está escrito. Y por muy tonta que haga la cosa, por lo menos doy de leer.

Estoy pensando también que interesar a alguien es hacerle ver y resonar por dentro que tenemos algo compartido. Y si pongo mi empeño en hacer música de ruido redactado en cuya alma resuena un majestuoso nada que contar, supongo que también estoy en la sintonía de los que están cansados de escuchar para que nunca llegue nada digno de ser escuchado. Supongo que ahora es cuando debería recordar a la gente que hay libros por ejemplo de Roberto Bolaño como a seis euros. Sigue adelante, y ahora me dirijo sólo a ti, y verás que todo esto es hola. Es nada.

La historia, que no va a ningún lado, que no quiere un argumento ni tiene intriga ni dramatismo, es que he ido andando a la ferretería a comprar ángulos de refuerzo, me he traído siete, y por el camino me he cruzado con ella, y nos hemos sonreído y ya está. Me pareció preciosa y no veo en qué alimentaría eso la narración. Tampoco la veo muy predispuesta a entender que vivo tontamente entregado a buscar expresiones y herramientas punzantes contra el aire ignorante-pasivo-opresivo que está respirando con vergonzante normalidad el pueblo. Y ya está. Se me ocurre añadir que vaya sol que está empezando a hacer en febrero.

Me desperté esta mañana pensando que tengo muchas cosas que hacer. Me desperté también recordando, con nebuloso empeño, que he soñado que ese señor que apuesta por la felicidad como paso hacia y como objetivo último del conocimiento, ese señor que en la tele, tan superficial, tan tontamente humano, se demoraba untando sándwiches mientras pensaba para sí, delante de la cámara, vaya grupito de moléculas interesantes se han juntado en este anuncio, como decía el monologuista que también decía que su novia se tiraba pedetes de princesa muerta, ese señor, el primero, en mi sueño, hablaba conmigo de un grupo que yo vi con la mujer que después de un equívoco lamentable se tomó su tiempo para hacerme en su sofá una curva serpentinata con la línea de su cadera para convencerme, creo yo, o por lo menos eso consiguió, convencerme, de que YA, de que SÍ, de que AHORA podríamos aventurarnos a dar el primer paso de intentar llegar a querernos todos los días, y que por eso sería buena idea irnos juntos a ver a ese grupo (y a otros) al festival de música electrónica avanzada que se estaba celebrando ese mismo día en la ciudad en la que vivíamos en 2004.

De verdad que, aunque sin argumento, sin intriga ni dramatismo, también puede uno caerse de boca en la calle de la esperanza y levantarse sabiendo (de alguna manera elemental) que aunque de donde no hay no se puede sacar, donde no hay siempre hay algo. Y de verdad que cuando me crucé con la mujer del encabezamiento, a mí me parecía que me miró con una especie de somnolencia confundida de paz, esa cosa que tiene alguna gente que a mí me llama la atención, y empezó a resultarme de repente tan hermosa, tan crujientita por lo demás, en serio, aunque no la viese capaz de entender si le cuento que vivo entregado obtusamente a inventar preguntas para cuya respuesta no alcanzo. Y esa es una distancia a tener en cuenta entre su sonreír y el mío. Ay.

La historia, que no va a ningún lado, que no quiere un argumento ni tiene intriga ni dramatismo, es que sin saber hilarlo del todo, y ajustado de fuerzas para un lunes como me encontraba, antes de levantarme a empezar a hacer todas las muchas cosas que tengo que hacer, el nebuloso empeño por recordar mi sueño ha desembocado en que yo soy como un árbol (y no busques una explicación de esto, y aunque de donde no hay no se puede sacar, donde no hay siempre hay algo), como un árbol, y se me agarraba la certidumbre de que ella no iba a entender fácilmente que porque cuando he querido no he podido, porque cuando puedo no quiero moverme, he acabado entendiendo que las cosas cambian, o no, en mi contra o a mi favor, cuando y como tienen que cambiar, o no, sin que yo tenga que hacer siquiera por moverme. Que acepto lo que cambia o no, lo que hacia mí se mueve o no, sin alimentar la ilusión de que mi solo movimiento hacia las cosas y las personas que me atraen, mi solo movimiento hacia las cosas y las personas que creo o sé que me necesitan y necesito, mi solo movimiento hacia las cosas y las personas que me llaman, me quieren, me requieren, me insisten, me esperan, porque les importo o porque saben o sienten que me importan, vale, vale, quiero acabar por decir que sospeché que ella no iba a ser capaz de entender con naturalidad, tampoco, y recapitulando, que acepto lo que cambia, o no, sin andar alimentando la ilusión de que mi solo movimiento hacia esas cosas y esas personas cambiaría las cosas (las situaciones y enfoques y circunstancias de las cosas hacia mi) significativamente y a mi favor.

La cosa es que me he encontrado de repente en mitad de la calle con que su mirada y mi mirada se sonríen la una a la otra, casi dándoles las espaldas a nuestras voluntades. Y ya tenía yo más que suficiente con intentar hilar todo eso que tengo tan deshilado como para encontrarme con un hilo más. Su mirada y mi mirada sonriéndose la una a la otra, y en ese repente me ha sobrevenido como desde un mundo lejano el rumor de una especie de paz animal. Y no es tan sencillo como colgarlo todo de la frágil amabilidad de este sol de febrero. Misteriosamente, ser quien soy, sin un mayor esfuerzo, parece que sirve para algo que por el momento no sé delimitar. Me parece que nos ha salido un idéntico saludo ahogado, y me he ido mascando la cosa.

Todo, algunas veces, se enhebra tirando una piedra chica a cualquier parte de un estanque en la completa oscuridad. Nadie puede saber hasta dónde, hasta cuánto va a estar vibrando el agua algún mensaje descuidado en una orilla alejada.

La cosa es que el no acabar de hilar alguna esperanzadora conclusión lógica que hiciera de mi sueño algo con una forma medianamente identificable, me ha hecho decidir en el último momento que dejaría de hacer lo que medio estaba decidiendo que iba a hacer (de entre todo lo que tengo que hacer), y pensando en el árbol, que no se mueve, que acaba consiguiendo lo que quiere y necesita sin moverse, o mejor, que no tiene que moverse, pues tampoco tiene que desear, porque no tampoco tiene la mamífera premura de tener que plantearse que lo que quiere y lo que necesita está lejos y apartado, y hay que pedirlo o irlo a buscar, pensando en el árbol, digo, he decidido hacer algo que me ayudara a seguir despertando de mi sueño, a ver si más despierto podía avanzar por él, y decidí que cambiaría de itinerario, que intentaría, en un camino largo, dejarlo todo dicho en una sola frase, como uno de mis escritores favoritos hace, que lo dice con una sola frase, lo mismo que (dice que) todo puede decirse con una sola frase, aunque nadie logra decir todo con una sola frase. Y me he ido a la ferretería a comprar unos ángulos de refuerzo, me he traído siete, y por el camino me he cruzado con ella, y nos hemos sonreído y ya está, y después me he quedado solo pensando que vaya sol que está empezando a hacer en febrero.

La cosa no va más allá, aunque he entendido ese encontrarnos como una pequeña alegría sin argumento sin intriga ni dramatismo, y se me ha despertado el temor a la afición que le tengo a caerme de boca en la calle de la esperanza y levantarme sabiendo (de alguna manera elemental) que aunque de donde no hay no se puede sacar, donde no hay siempre hay algo. De ahí que le hubiese encontrado en la mirada esa especie de somnolencia confundida de paz, de repente tan hermosa, tan crujientita por lo demás. Y quizá por ese aburrido terror a lo de siempre para lo de nunca, quizá por eso me he ido planteando que hay que ver que vaya sol que está empezando a hacer en febrero, después de cruzarnos y decirnos hola, que es nada.

Durante un rato bueno el sueño se me ha olvidado, pues justo antes de ese buen rato, he estado sabiendo que no recuerdo el nombre de la mujer del encabezamiento, y entre una y otra desmemoria he sabido también que es una batalla perdida intentar dejarlo todo dicho en una sola frase, como uno de mis escritores favoritos hace, que lo dice con una sola frase, lo mismo que (dice que) todo puede decirse con una sola frase, aunque nadie logra decir todo con una sola frase.

Después he pensado en el árbol, he suspirado y me he dicho esto te pasa porque te has puesto a la ilusión por algo. Y me ha dado vergüenza la cosa. Aunque la vergüenza no era el tema de todo esto, ni mucho menos, me parece.

Jag.

4_4_2020


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3 comentarios:

  1. Te digo hola, que es nada, ya lo sé pero, es que cuando te leo me haces llorar y sonreír a la vez y tengo que decirte "hola" aunque sea nada. Un abrazo

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  2. Muchas gracias por las lecturas, Yelizabeta!

    Y no le hagas caso a todo.

    Hola es mucho. Abrazos!

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  3. Pues yo si les hago caso, repienso mucho tus frases. Rumiar es de catalanes que hacen cosas.

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