15 de julio de 2012

El auxilio.

Sentado un día al sol, Alvarito, que hasta cierto punto era un tío muy sesudo, se dio cuenta que allí, abandonado en aquel islote de la mar marina, se sentía muy solo. Y es que Alvarito, no por su gusto, y gracias a los avatares del destino y del oleaje, era un náufrago. Llevaba mucho tiempo sentado, meditando por qué tenía que estar allí. Los cielos le pasaron mil veces por encima de la cabeza, la mar se enrabietó y se calmó ella sola, las lluvias le llovieron y los vientos le secaron. Y Alvarito no conseguía explicarse. Aquel día, con el culo en la arena y los ojos en el horizonte pensó que a lo mejor Dios le estaba poniendo a prueba, a lo mejor le hacía pagar por una culpa vieja de la que ya no se acordaba, pero al rato, sesudo como he dicho que era, pensaba que también fue Dios quien dijo que todos tenemos que aprender a perdonar. ¡Leche! El hombre se veía ya más en la otra vida que en esta, y eso le tenía quitado el sueño, al pobre.

Fue una noche oscura tendido boca abajo cuando una pequeñita luz se encendió en su cabeza: decidió que escribiría mensajes que lanzaría en botellas. Seguro que alguien encontraría alguno en una playa lejana, y acudiría en su auxilio. Así que sin descanso, con tanto tiempo libre como tenía, se puso a lanzar botellitas al mar.

Escribió a todo el que cabía en su memoria y en su imaginación, a quien había conocido y a quien le hubiera gustado conocer. A la familia, a los amigos, a los enemigos y a sus respectivas familias. Envió mensajes a todas las partes del mundo conocido y por conocer, a todos los pescadores, los surferos y familias playeras de fin de semana; a todos los puertos, calas, ensenadas y acantilados que logró recordar. Mandó mensajes a Certeza y Verdad: brisa, nativas, congrios, y olas,(1) intuía él. Y a Tombuctú, que no tiene mar.

Escribió incluso a sitios donde viviría peor que en aquella isla de la mar marina, si al fin le salvaran, pero es que Alvarito, un náufrago muy sesudo, había llegado a la conclusión de que lo verdaderamente importante para él no era mejorar su mísera condición de náufrago, sino verse en la alegría de que alguien le escuchaba y removía el mundo para acudir en su auxilio.

Entre carta y carta, se afeitaba y arreglaba sus harapos para recibir con un aspecto decente y saludable a sus salvadores. Pero nadie le contestó. Tantos y tantos mensajes y nadie había hecho nada por él.

Me cuentan que vieron una vez a Alvarito en una playa remota, en un país extraño. Cuentan que llegó allí saltando de botella en botella, pues tantas había lanzado que tapizaban el mar. Dicen que vivía solo, nuevamente náufrago en aquel país superpoblado. Dicen que vivía triste y que no tenía muchas ganas de nada, porque había visto cómo todas sus botellas seguían cerradas, igual que cuando después de haber escrito sus palabras de auxilio, las había cerrado y lanzado a la mar marina.


(1)Extracto del poema “El hígado de la duda”, de Luis Gordillo, en Gordillo, L. SUPERYO CONGELADO, Edita: MACBa. Barcelona, 1999.

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