31 de marzo de 2020

Día 10 del confinamiento,


EL SOL SE LLAMA MANUEL
Un aplauso para los trabajadores básicos que sostienen nuestro modo de vida, aunque seguiremos poniéndolos como ejemplo de lo que te pasará si no estudias y contestas y no haces lo que se te dice. Un aplauso con ganas ahora, bravo, qué bonito. Y más aplausos y vengan poetas espontáneos y músicos improvisados y gente que no había sido artista porque es que no tenía tiempo. Bravo por la generosidad genuina. Bravo por el altruismo impostado. Un aplauso, bravo, qué bonito, y Manuel tiene razón, vamos a morir todos. Aunque, cariño, no te alarmes, que lo sabes desde siempre. No es que te vayas a morir de esta gripe. A lo mejor ya estábamos muertos cuando respiramos tranquilos al escuchar que ésto sólo era fatal para los viejos. A lo mejor ya estábamos todos muertos por vivir a este lado de la valla, sintiéndonos a salvo de que algo así pasara aquí. No hay que armar tanto por unos días de alarma. Hay gente que vive así desde que nace, y todavía tiene fuerzas para cruzar el mar en una lancha de goma a merced de las corrientes, meterse en un invernadero el tiempo que haga falta hasta conseguir un trabajo de verdad, un respeto cogido con pinzas, un amor, una casa y una vida en un lugar en el que el mal es apenas una gripe. No hay que alarmarse tanto. Es más probable que nos vayamos muriendo por nuestras propias predisposiciones genéticas. Por cosas que ya estaban escritas en nuestro momento primero. Morir por lo que está escrito. Tan inconsciente y tan previsible. Aunque también ayuda a morir si eres un prenda, claro. La muerte siempre agradece la ayuda. Si continuamente vas abriendo camino en temas candentes y espinosos, si vives desafiándolo todo, en ese caso, no es que te mueres de lo que eres, sino que ayudas con la novedad que provocas. Por cierto, cuánta gente junta siguiendo las normas, ¿no? Cuánta gente junta haciendo lo que alguien dice que es lo correcto. Ser un prenda da como más empaque y tiene más prestigio. Y es mucho menos aburrido para quien lo es y para quien lo trata. Yo mismo tuve mi tiempo con prendas, y eso fue desafiante y excitante y estimulante del todo, aunque imagino que ahora mismo los prendas y las prendas están dejando a su paso un reguero de contagios. Siempre dejan huella, con su actitud renovadora traída de no se sabe dónde, los prendas y las prendas. No olvido, incluso añoro lo que se aprende sobrevolando la normalidad. Muchas cosas buenas aprendí con los prendas y las prendas de mi vida. Crecí y me renové y me removí y me destrocé lo que la gente llama la zona de confort. Pero es verdad que los prendas y las prendas, en su desafío ensimismado, les echan una mano a la muerte. Cosas que a mí se me han quedado en el día a día, y de las que no puedo culpar a hombres buenos y sencillos y mujeres buenas y sencillas que también frecuenté y con las que tanto me aburría. Dejé de pensar en el amor como una posibilidad real no sé cuándo. Lo invoqué y lo di y lo esperé como por inercia, por ese hueco que queda cuando lo has probado y ha desaparecido. Pero en algún momento he empezado a reír amargamente cuando pienso en las cosas en las que antes creía. Esa huella me ha quedado, creo. En algún momento, la normalidad me revelaba más estoico con las relaciones, menos alegre y menos ligero y confiado, quizá menos generoso y más gris. Como lo que nunca hubiera querido ser, fíjate. Más reservado, más frío, más apático y lacónico en la calle y en el chat. Estoy pensando si esto no es parte del personal acervo genético que me va a ayudar a morir. Que no espero nada y que no tengo, por tanto, nada para dar, ya no sé si es causa o consecuencia de haberme dado todo a destiempo o desubicado o desmedido inconsecuente, o demasiado pronto o tarde sin remedio o muy nunca y obstinadamente para cuando creas tú que yo mismo podría ser bueno para ponernos a ensayar un momento para siempre. Yo sé que todo es sencillo, pero en la realidad no lo es. Amar no es qué me das. Amar no es tú verás. A veces me sorprendo teniendo que leer a Bohumil Hrabal para volver a desear el encuentro con una campesina que huele a leche y que follemos a media mañana en un barrizal. Amar no es qué doy. Amar no es ya veré. En el encierro no vivo solo, aunque sí sé estar solo. No sufro la distancia de la gente porque los últimos abrazos que recuerdo eran de alguien que no va a mover un dedo por mí. Amar no es lo bien que ella está. Amar no es ponerme a amar. Vivir sin abrazar es faltar a la vida. Vivir sin abrazar es un modo de vivir, pero eso no es vida. Es lunes. Me voy a hacer un café y voy a buscar el horóscopo. A ver si las estrellas dicen tonterías que ayuden en casa a que me oriente en este mundo.
Jag.
23_3_2020



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