28 de junio de 2020

TENGO UNA LETRA BONITA


En la parte sucia de oscuridad del grave mundo descarnado, a compás con la estupidez, que todo lo tiene preñado, la frivolidad e inconsistencia, la asumida debilidad, cuando me pongo a hacer mi letra, sólo me acompaña el eco de la punta caliente del bolígrafo, que con mi torpe emoción asombrada, rasga susurrando en la aspereza inclemente de un papel desocupado.
Me lo dice mi asadura retorcida. Me lo dice mi sabia varaverde amarga: fuera de ti, desconfía.
Mi premio máximo de siempre, la galleta el pescadito que vuelven a recorrer, al final del número grosero y oxidado de costumbre, la boca la laringe hasta el estómago atontado, es confirmar, engordando penoso el a mí mismo quererme, una anhelada por previsible decepción aburrida que, vestida de gala de chino del polígono, oliendo a porro apaleado y chicle gastado de menta, tomada del brazo de mi rocosa intuición, me traen a paso escueto y marcial, regalado, el dolor mismo que de siempre yo esperaba. Sólo que estas veces quiere que le aplauda la ropa de fiesta.
Sólo yo sé cuidar, pues, de mi humor como es debido. Y me enerva lo indecible -pues sé que nunca me ha servido- que me vengan con las bragas destensadas a meneármela con la tonta.
Así que, en un mundo de asumirse inútil por denodar los trabajos de abrir tan largamente la dura nuez que yo sabía tan vana, en este paisaje tan singusto de sorpresa ninguna, ¿quién malgastará lo poco que le quede de inocencia en decirme, con aspiraciones adultas de conseguirlo, cuándo y cómo y por qué para qué y dónde y con qué y para quién, si no es por el trabajo y el intento por su propia expresión y belleza, habría yo de poner la pugna en hacer funcionar y alzar hasta su valor verdadero esta letra tan bonita que yo tengo?
Jag.
17_6_2020


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