5 de mayo de 2020

Día 49 del confinamiento,


He soñado que una jefa que no tengo me dice por teléfono pues que sepas que la guillotina también le hace falta a otra gente. Así que me he ido corriendo absurdamente, pues sabía que la tarjetas aún no las tengo impresas, a intentar agilizar un poco el trabajo, y dejar libre lo antes posible la herramienta. Así que he llegado al sitio, que al parecer es en algún reservado de un bar de la Urbanización Buenos Aires. Pero me he quedado en la puerta, viendo que todo estaba lleno de gente, en plan hora de las tapas del Domingo de Ramos. Manadas de mastuerzos que se han adelantado a la salida controlada del sábado. Vamos a caer como moscas, me he dicho dando un paso atrás, titubeado. Pero también he visto de lejos a gente normal hermosa con la que no me había encontrado en mi vida. Es verdad que he despreciado demasiado pronto la posibilidad de que me pase algo bonito dando un paseo en las fiestas de guardar de este pueblo. Pero ahora no es el momento para eso: he llamado a la jefa que no tengo, y le he dicho que ahora estoy con otras cosas y que ya pediré la guillotina la noche antes de la inauguración. Sé que al otro lado de la línea, como es normal, la jefa que no tengo, estaba a punto de abrir la boca para iniciar la preceptiva llamada-al-orden-sin-sentido-meada-en-mi-esquinita clásica de otras jefas que sí he tenido, pero me he hecho el eficiente y he colgado rápido y la he dejado con la meada en la boca. Luego de golpe me he encontrado en el mar, había un islote sin árboles con forma de media luna mora. El suelo era igual que los interminables llanos despejados de entre Las Delicias y Venta Los Morenos: piedra arenosa y frágil que cuando la golpeas echa peste, sobre tierra roja, con vegetación autóctona de monte bajo, tipo tomillo, romero, jara, espino, esparraguera, condón pañuelo arrugado. En uno de los vértices del islote de la media luna mora había dos gatos acicalándose. Uno estaba demasiado oculto tras una mata, el otro era rubio atigrado. Después me he despertado. Eran las ocho, y me he dicho: otra vez. He leído de un amigo FB la introducción a un recuerdo. Me ha parecido sencilla y emocionante. Maravillosa. No he podido evitar pensar que escribiendo soy un triste y un majara. Que me complico y me pongo estupendo sin venir a cuento y no tengo control ni valores rectores y así no voy a ninguna parte. Quizá es que tengo que cambiar de lecturas. Quizá es que tengo que cambiar de pellejo. Mudar las vísceras y cambiarlas por otras. Quizá es que tengo que hacer caso a la belleza sencilla que se me pone tan cerca. Estoy cansado de tanto misterio. La cosa tiene que ser más como los centrales de Simeone, patadón y fuera. Aunque así, la verdad, vaya mierda de vida. En qué momento le íbamos a hacer honor al baile, al papel de lo desconocido que venga de la mano de la poesía, dejarle a la cucaracha una bella ilusión de sentido, un segundo antes de que la aplastes mientras pensabas distraidamente en otras cosas. Todo es tan fugaz como decir vaya mierda y pasar a lo siguiente. En realidad, hay que ver lo bien que dejó explicada la vida el hijoputa de Cortázar. Si lees Rayuela de la manera uno, sin complicarte, llegas a las tres estrellitas que significan el fin, y la acabas sabiendo que te pierdes más de la mitad; si la lees de la manera dos, dando todas las vueltas a las que te mandan, entregándote a lo que recibas, pasas los días con la señalita adelante y atrás en el libro, sabiendo sólo en qué momento presente estás, pero imposible saber cuánto te falta.
Jag.
1_5_2020



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