2 de abril de 2021

CASI SIEMPRE ES MEJOR PENSAR QUE CUANDO TE RINDES ESTÁS GANANDO EN OTRA COSA


 


(...) Todo esto está maltratado. No sé si estropeado ya sin retorno. No me salen las lágrimas, y mira que ahora tengo tiempo para esas cosas. Al encarar, ya pasado el barrio, una rúa larga sin sobresaltos en el Maps, he mirado a un bar a la derecha, recogido en el fondo de una plaza vacía, que se llama bar Bouzas. Me he preguntado por qué no tomarme una estrellaGalicia solo en el bar Bouzas, no ardiera Troya. Y hacer algo simple de una vez, algo que no sea ir suspirando por la calle e ir dejando pasar el tiempo hasta que me suba al tren de mi vida normal y todo esto quede un día atrás, y luego dos días atrás, y luego tres, y así en sucesión más o menos hasta que llegue el olvido u otra cosa que ahora mismo no logro concebir. 


Pues sí, me he sentado, y he pedido una mediana, y me he dado cuenta de que en esta ciudad que ahora identifico con dolor, pues te ponen gratis una tapa de ensaladilla bastante decente. Aparte, con las ayudas que me han sucedido y me han salvado y me han rodeado de gente que me han hecho sentir querido, yo no puedo identificar esta ciudad con dolor. No es justo. Incluso tampoco es justo que la identifique a ella con dolor (...)


La cosa está en que sentado fuera, refugiado en el toldo breve de la terraza lloviznosa del bar Bouzas, han llegado unas chicas paseando sus perros. Estaban a lo lejos, pero uno de los perros se ha acercado hasta mí a olerme. Me ha olido la mano que le he ofrecido, me ha olido las piernas, y ha ido escuchando lo que le decía mientras le acariciaba la cara peluda. Era blanco con manchas negro y caramelo. Yo creo que no era joven del todo. Me ha destrozado la certeza de que este perro ha tenido más paciencia y más curiosidad y se ha dejado acariciar mucho más y mucho más relajadamente que la mujer de la estoy hablando con la boca cerrada constantemente. 


En casi el mismo momento, he dejado de sentirme triste por eso. Es como que sí que mantengo mi brillo para llamar a vivir a las cosas, que mi capacidad de amar está abollada y rasguñada, pero sigue en pie. Al perro lo llamaba su dueña, ya casi doblando la esquina, y no se despegaba de mis palabras ni de mis caricias. Le he dicho oye que te esperan, guapo o guapa, le he dicho ve con tu mama, aunque ahora mismo estaría toda la vida diciéndote cosas y tocándote la cara con todo este amor que traía. Pero ve, que te llaman. No puedo confiar en soltar en tu caricia todo lo que traía para ella. Parece que por ahora sobrará y tendré que ponerlo en otras cosas. Ve, que te llaman, te esperan.


Mientras pasa un bus que enlaza Samil con Urzaiz, estoy pensando ahora mismo que todo esto es una especie de paz. Saber que sigo viviendo dolido, pero con las mismas ganas de dar, con la misma generosidad que tengo, y buscando esa recepción que no siempre encuentra mi sintonía. Los ritmos, los momentos. Esa pereza.


Finalmente, el perro ha salido escopeteado cuando su mamá le ha insistido con cara larga, ya a punto de perderse de su vista.


Yo supongo que amar es así. Encontrar el tono con el sujeto y el momento adecuado, y luego aceptar que es así de evanescente, como una llamada de lejos, como un suspiro entrecortado, como una palabra callada en el otro extremo de la línea. Como una profunda excitación que tarda un poco más de la cuenta en encenderse. 


Jag.

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