28 de abril de 2021

EL BIEN ES SUSTANCIA, EL MAL, ACCIDENTE

 


Antes de la amargura, flotaba yo en un caldo embriagado en que no había antes ni después. Sentía yo que había llegado mi momento, si es que hay un momento así (que nunca se sabe definir) para alguien como yo, un tiempo en que la vida se siente como una explanada de sentido, una pradera o un rellano en que las cosas concuerdan, y el ansia y la rabia, lo que se espera y lo que puede tocarse un instante con los dedos, olerlo con la nariz, y sentirlo empujando dulce y tozudamente como una cría de hipopótamo de cruasán por dentro por debajo del esternón, todo eso, cobran un sentido abstracto pero arraigado escondidamente al respirar elemental que nos mantiene serenamente pendientes de la vida. 


Antes de la amargura, cuando no existía ni un antes ni un después, yo te sentía incorporada naturalmente al proceso de ese devenir. Claro que yo sabía que eras apenas una extraña, una desconocida que puso el dedo en el borde del desconchón, y vete tú a saber qué ruinas o catástrofes o audacias o virtudes o necesidades o estrategias o improvisaciones o malentendidos o equivocaciones le habían empujado a lanzarse a tener ese atrevimiento conmigo. Por supuesto que lo pensaba. Y tenía lugar y momento para el gozo y para el miedo. Tenía lugar y momento para el sol de febrero y gruñido contenido al filo del crepúsculo en el arrumbado cobertizo de una casa de campo. Tenía ansia y tenía sospecha, claro. Es verdad que presentía fatalidades y tormentas, yo que tengo esa habilidad para ponerme en lo peor. Pero prevalecía todo el tiempo algún tipo de bienaventuranza en mi corazón. Te habías atrevido y habías resistido los bordes cortantes oxidados de mis defensas. No quería más antes ni más después. Te habías atrevido y yo quería seguir allí. Por extraño que viniera e imperfecto que se tornara. Desde el centro de mi ser venía naciéndome empujando humilde una especie de hilo agudo vegetal, como un filamento inapreciable confundido entre mis fibras, movido por una energía ingenua de eléctrica sencillez. No hay ni antes ni después, ni antes de la amargura, ni ahora que mi mundo se duele y trastabilla de abandono: alguien te tiene que amar, y por qué no iba a ser yo. 


Y todo eso se mantiene latente, templado y sereno en el tiempo éste sin antes ni después. Y eso me vive natural, callado y poderoso como un viento suave y tímido de mi temperatura corporal, que mueve sin ruido y en ondular armonioso las hierbas del campo y las ramas desnudas de los sauces, que están haciendo dibujos inexplicables en el cielo indiferente. 


*(El título está tomado de San Agustín) 


Jag.

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