Con la rabia, con la cólera, con la repugnancia, puedo extender vergonzoso el paseo hasta llegar a un punto perdido de la gente en los bosques, puedo llegar y escupir y maldecir, culpar al viento cortante, gritarle como sepa todo el dolor que me encuentre, culpar para siempre a esta condenada espesura, tan inerte, tan desmadejada, ver que la vida avanza, que la abulaga ha dejado caer sus conejitos amarillos, y que por encima y por debajo de sus espinas está empalmando morbosas habas excitantes para que se las coman los guarros que le pasen cerca. Puedo ver toda esa derrota y luego, volviendo exhausto, rendido, entendiendo qué poquita cosa se va revelando el campo con el tímido despertar de las fierecillas al ir languideciendo el sol, masticar miserable y sin fuerza ni esperanza que no sé qué voy a hacer con la ternura que te tengo.
Y vaya donde vaya, pues oye, yo no salgo de eso.
Jag.
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